Ya eres uno más

SEAS BIENVENID@

Los Salvatorianos en el Ecuador te damos un grato saludo y te invitamos para que no sea tú primera visita, sino que ésta te anime a regresar.

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Que la fe en nuestro Dios Trinidad nos una cada día más, que juntos podamos entregar la buena nueva a todos y de todas las formas que el amor de Cristo inspire a los que aún no lo conocen. Bienvenid@

DESEO SALVATORIANO

Tomando las palabras de Juan les decimos:
"Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido.".

1 Juan 1, 1-3

sábado, 23 de abril de 2011

SÁBADO SANTO

El Dolor de María
¿Quién pudiera explicar, o dar razón del dolor profundo de una madre, ante el maltrato injusto a su único hijo? Creo que nadie puede dar tal respuesta, quizá pudiera deducir tal dolor pero explicarlo es imposible.
Razón por la cual los evangelios nos muestran sencillamente el dolor silencioso de María, la mujer que aguarda y calla mientras su hijo es juzgado y lapidado injustamente. En el camino de la pasión y muerte de Jesús de Nazaret podemos ver en la primera discípula las virtudes teologales: fe, esperanza y amor. Ella ejemplo de vida cristiana nos da una enseñanza en su silencio, en su fidelidad. Descubramos estas virtudes en la Bienaventurada Virgen María.
Fe
María en su juventud guarda en lo más profundo de su ser una fe pensada, no es una fe simplista. Es una fe que se interroga por lo sobrenatural, por lo incomprendido desde la lógica de la razón.   El evangelista Lucas pone en labios de María un gran interrogante ante el mensaje divino: “¿Cómo va hacer esto si no conozco varón alguno?” (134). Era necesario una explicación y sumado a ella una prueba (135-37), de lo contrario imposible aceptar tal verdad. Es una fe que no está probada por realidades físicas, o por verdades comprendidas en la lógica humana, sino cimentadas en la Palabra del que ha sido fiel a sus promesas; es la fe que se acepta desde el misterio de la divinidad.
María, símbolo de una porción de humanidad que pese a las situaciones históricas de marginación, rechazo y abandono por parte de la oficialidad socio-religiosa, confía, espera y está abierta al querer divino.”[1]
María sencillamente posee la seguridad de que Dios no permitirá que el mal tenga la última palabra, ella que ha recibido al Hijo de Dios en su seno (Lucas 135) intuye que viene algo mayor que triunfará sobre tanto mal. Su fe es de una confianza inquebrantable, de una espera silenciosa y dolorosa, pero sobre todo de una apertura al querer de Dios. Una vez más podríamos poner en boca de María las palabras del anunció: “¿Cómo va hacer eso?”. El misterio sobre pasa la lógica humana, pero la fe sencillamente no desfallece.
Esperanza
La elegida del Señor, en el camino al calvario junto a su Hijo condenado, no olvida que su alma glorifica al Señor y su espíritu festeja a Dios su salvador; porque es un Dios misericordioso que tiende la mano a sus fieles y dispersa a los soberbios de sus planes, pero sobre todo es Dios fiel a sus promesas hechas a sus antepasados (cfr. Lucas 146-55). Ella sin saber cómo, sabe que Dios saldrá vencedor ante toda aquella maldad humana; su silencio en el camino al calvario es de esperanza.
La esperanza de saber que el Padre bueno está caminando con su dolor y con el dolor del “Hijo amado” (Mateo 317), que no es el abandono de quien la eligió. Es la esperanza del conocimiento de que Jesús “pasó haciendo el bien y sanando a los oprimidos por el demonio” (Hechos 1038), que la respuesta a tal obediencia no podía tener como respuesta una muerte sangrienta sin más. Contemplar a María es contemplar la esperanza de cristiano que no se desanima ante las contrariedades de la vida, sino que confía que su Señor está acompañándolo en esos momentos cruciales y dolorosos.
Amor
La experiencia de la pérdida de Jesús en templo, a los doce años de este, nos permite descubrir la gran angustia de la madre de Dios por el verbo encarnado, ella le dice al adolescente Jesús: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados” (Lucas 248). Si esta angustia es fruto de una confusión de una perdida, imaginémonos la angustia de María al ver que su hijo va a morir, que ha sido juzgado y condenado a una muerte inminente en la cruz.
La respuesta silenciosa ante esta angustia de María solo puede dejarnos ver que ella, no solo es la mujer de la fe y de la esperanza, sino que es la mujer del amor. La mujer que cree en el amor. María, la verdadera discípula, está muy convencida de sus palabras a los criados en la boda de Caná: “Hagan lo que él les diga” (Juan 25). El amor solo puede estar dispuesto a hacer lo que Dios diga, pues el amor tiene claro que Dios dice la verdad y cumple sus promesas.
María, la mujer del amor, ama con intensidad a la Santísima Trinidad y se entrega plenamente a su proyecto. Y en este amor acepta el dolor. En el camino al calvario, ama el cuerpo maltratado y adolorido de Jesús como ama el deseo de Dios por redimir al hombre.
La fe, la esperanza y el amor de María en el plan salvador de Dios permiten que acoja a toda la humanidad como sus hijos, acepta obedientemente a Juan, y junto a él a todos los que creen en Jesús el Cristo, como hijo suyo: “Mujer he ahí a tu hijo” (Juan 1926).
Hay momentos en los que la impotencia humana es visible y palpable, por más que queramos o busquemos la forma no podemos hacer nada. En aquellos momentos hay que ser sensatos y llenarnos de la presencia Divina, hay que confiar en que todo lo antes realizado va a dar sentido al final del sufrimiento y la injusticia. Mirar a María silenciosa ante todo el dolor de la pasión y muerte de Jesús es reconocer que la fe, la esperanza y el amor son bases sólidas de un discípulo cristiano.

Para reflexionar
¿Qué figura juega María en mi fe?
¿Cuándo miro a María descubro el ejemplo de discípula?
¿Es María en mi fe un prototipo de seguimiento y de fidelidad?

   Alejandro Perdomo SDS
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[1] Píe de página de Lucas 126-38, de la biblia La Biblia de Nuestro Pueblo, Luís Alonso Schökel.

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