Ya eres uno más

SEAS BIENVENID@

Los Salvatorianos en el Ecuador te damos un grato saludo y te invitamos para que no sea tú primera visita, sino que ésta te anime a regresar.

Nos gusta mucho compartir contigo nuestro caminar y nuestra fe, nos gustaría contar con tus comentarios y con tus palabras de aliento.

Que la fe en nuestro Dios Trinidad nos una cada día más, que juntos podamos entregar la buena nueva a todos y de todas las formas que el amor de Cristo inspire a los que aún no lo conocen. Bienvenid@

DESEO SALVATORIANO

Tomando las palabras de Juan les decimos:
"Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido.".

1 Juan 1, 1-3

domingo, 8 de abril de 2012

Ser Cristiano

La vida del cristiano está sostenida e iluminada en Cristo, por ello no puede desvincular de su ser el amor, la verdad y el sufrimiento. Pues por amor se dice la verdad y por defender la verdad se acepta el sufrimiento.
El cristiano debe tener en cuenta que es una “vasija de barro” (cfr. 2Cor. 4, 6-7), es decir que es pura fragilidad, pero que es allí, en su vida, dónde Dios ha querido confiar desde el bautismo su “tesoro”, que es Jesucristo. Cada bautizado se le ha encomendado ser luz del  mundo, porque la Luz ha llegado a su vida.

Y la primera señal de haber recibido la Luz es el amor. El Señor mismo lo afirma: “En eso conocerán todos que son mis discípulos, en el amor que se tengan unos a otros” (Juan 13, 35), y el apóstol nos recomienda “Permanezcan en el amor fraterno” (Hebreos 13, 1). Y el amor nos impulsa a reconocer la verdad y no sólo la ley: “Porque la ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo” (Juan 1, 17), así que los cristianos debemos decir con el apóstol Pablo: “Digo la verdad en Cristo, no miento” (Romanos 9, 1), pues es la única manera de “ser realmente discípulos de Jesucristo, conociendo la verdad y dejando que la verdad nos haga libres” (cfr. Juan 8, 31-32).

Ahora bien, todo eso es fácil vivirlo en medio de quienes aceptan la propuesta, pero nos encontramos en un mundo donde muchos no comprenden, ni mucho menos quieren aceptar la propuesta del amor y la verdad. Es allí donde el apóstol Pedro nos dice: “¿Qué merito tiene aguantar golpes cuando uno es culpable? Pero si, haciendo el bien, tienen que aguantar sufrimientos, eso es una gracia de Dios” (1Pedro 2, 20). El sufrimiento por custodiar el amor y la verdad tiene sentido y nos asemeja más a Jesús. Pues a él, que recibió muchos maltratos y burlas y murió en la cruz, luego de todo ese sufrimiento el centurión le reconoció “ciertamente este hombre era justo” (Lucas 23, 47).

Pero al igual que Jesucristo todo cristiano que acepte vivir el amor y la verdad debe asumir el sufrimiento, con la esperanza que llegará la resurrección, que es la vida eterna.    

sábado, 7 de abril de 2012

FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN

Hoy la Iglesia universal está de fiesta, nuestro corazón está hinchado de infinito amor, ya que Dios lo  ha rebosado sobre la humanidad.

El amor de Dios es tan grande e infinito que nos sentimos llenos de esperanza. Hoy nosotros hacemos propias las palabra del Apóstol Pedro, que sin temor pero sí con seguridad catequiza a Cornelio, un hombre bueno, un gran filántropo, pero que carecía de la presencia de la verdad revelada, Jesucristo.

Es misión de los apóstoles anunciar “a tiempo y a destiempo” la verdad que ha bajado del cielo. Que nadie se quede sin conocer y amar al verdadero Dios y a su enviado Jesucristo para que así todos juntos podamos servirle.

No anunciamos la historia de un mito o una gran leyenda, anunciamos la verdad que “pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.”. Somos herederos de lo que fueron testigo los apóstoles; y al igual que ellos nosotros, por el llamado a la familia Cristiana,  recibimos un encargo: “Nos encargó predicar al pueblo y atestiguar que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos.”. Esa es nuestra misión, anunciar y atestiguar la verdad.

Y la verdad, que se hizo carne, es el agua viva que baño a la humanidad de plena dignidad.

Por ello anunciamos y atestiguamos, que por más que aquella verdad fue y sigue siendo rechazada y crucificada, es la única verdad que da vida y la da en abundancia. Él ha vencido todo enemigo de la verdad con su resurrección, en él encontramos el sentido de la vida verdadera, que no es la perecedera y corruptible, sino que es la eterna y espiritual.

Jesús ha resucitado y con su resurrección nos dice que el mal y todos sus frutos no tienen la última palabra, también nos dice que no hay un fin sino una plenitud del ahora junto a la Santísima Trinidad.

Queridos hermanos que podamos gritar al mundo que la realidad humana ha sido dignificada por aquel “que pasó haciendo el bien” y que nos llama a la vida imperecedera porque nos ha abierto sus puertas.

¿Vida o Muerte?

Al encontrarnos en una época en la que el progreso se nos muestra como una gran herramienta para lograr la plenitud humana, pudiéramos pensar que también es una gran amenaza para cada varón y mujer,  por ende para cada familia y sociedad. ¿Quiere decir esto que el progreso es negativo o poco favorable para la humanidad? De ninguna manera; todo progreso es positivo y muy favorable, pero la prioridad que le damos es la que nos causa grandes dolores.

El hombre no puede renunciar a sí mismo, ni al puesto que le es propio en el mundo visible, no puede hacerse esclavo de las cosas, de los sistemas económicos, de la producción y de sus propios productos. Ya que el progreso se trata del desarrollo de las personas y no solamente de la multiplicación de las cosas”[1]

Estos dos caminos que se nos proponen hoy “la cultura de la vida” o “la cultura de la muerte” nos hace preguntarnos ¿vida o muerte? ¿qué queremos para nosotros y para los que vienen tras nosotros?  Y muy seguramente la respuesta inmediata y sincera, que nace del deseo más profundo, es la vida. Todos queremos vida. Pero preguntémonos de nuevo ¿produce vida lo que realizamos cada día, nuestras decisiones, nuestros diálogos, nuestras preferencias?

La vida es aquella que tiene plenitud, es la que nos deja vivir el hoy con lo necesario y nos promete la vida eterna (cfr. Lucas 18, 29,30), pues no hay plena vida aquí sin pensar en el allá. Vida terrena y eterna son una sola. Por ello Jesús se hizo hombre y venció la muerte con su resurrección, ya que él ha “venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10, 10).

De esta manera solo cuando nuestra existencia terrena está iluminada en Jesús y proyectada en la eternidad podemos hablar de verdadera VIDA; de lo contrario, si nos aferramos a lo efímero y superficial, estamos anclados en la muerte. 


[1] Encíclica El Redentor del Hombre, Juan Pablo II, 1979, No 16

jueves, 5 de abril de 2012

El encuentro con Jesús de Nazaret

El evangelista Mateo pone en palabras de Jesús un interrogante muy profundo para nuestra existencia humana: “Pues ¿de qué le servirá al hombre ganarse el mundo entero si arruina su vida?” (Mateo 16, 26). Este interrogante es profundo porque cada día y en cada momento la publicidad nos está invitando a ganarnos el mundo siendo dueños de cuánta novedad va saliendo. Toda propaganda nos promete que la felicidad y la vida verdadera están en tener el nuevo aparato electrónico, el nuevo auto, la nueva tecnología o cualquier otra novedad.

Y ante la variedad de propuestas de consumo nos encontramos con la pregunta de Jesús ¿De qué te sirve tener todo eso, si arruinas tu vida?, e inmediatamente podríamos preguntarnos ¿qué es la vida entonces; si no es la satisfacción que nos produce lo que logramos comprar o adquirir. Si no es la comodidad que nos da las nuevas tecnologías. Si no es el lugar que logramos alcanzar cuando somos dueños de algo nuevo; qué es la vida?
La vida es el encuentro con Jesús de Nazaret, con el Dios-Hombre, con aquel que recorrió por los caminos polvorientos de Palestina, quien predicó la verdad y vivió en obediencia. La vida se da en el encuentro con la Persona de Jesús. Por ello quien se encuentra con él lo comparte con sus amigos: “«Ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret.». Le respondió Natanael: « ¿De Nazaret puede haber cosa buena?» Le dice Felipe: «Ven y lo verás.»” (Juan 1, 45-46).

El encuentro con Jesús interpela nuestro modo de vivir, cuestiona nuestras preferencias y nos educa para vivir mejor. Su voz siempre nos anima e ilumina: “Estén atentos y cuídense de cualquier codicia, por más rico que uno sea, la vida no depende de los bienes.” (Lucas 12, 15).

De esta manera, al ser él la vida, estamos llamados a escuchar su voz que buscará siempre nuestra felicidad y nuestra realización. Jesús, que es el Dios-Hombre, “trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo uno de nosotros”, y siendo uno de nosotros sabe y entiende de nuestras necesidades humanas. Lo maravilloso de escucharle y  acoger sus enseñanzas es que su sabiduría es divina, y esa sabiduría nunca se equivoca.