Ya eres uno más

SEAS BIENVENID@

Los Salvatorianos en el Ecuador te damos un grato saludo y te invitamos para que no sea tú primera visita, sino que ésta te anime a regresar.

Nos gusta mucho compartir contigo nuestro caminar y nuestra fe, nos gustaría contar con tus comentarios y con tus palabras de aliento.

Que la fe en nuestro Dios Trinidad nos una cada día más, que juntos podamos entregar la buena nueva a todos y de todas las formas que el amor de Cristo inspire a los que aún no lo conocen. Bienvenid@

DESEO SALVATORIANO

Tomando las palabras de Juan les decimos:
"Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido.".

1 Juan 1, 1-3

sábado, 30 de noviembre de 2013

Ministerio del Diaconado

Marco Antonio Cerón Cerón SDS


Gracias infinitas elevamos a Padre Celestial, al Hijo Redentor y al Espíritu Santo Santificador, que hoy nos permite celebrar con alegría en el corazón el ministerio del diaconado a nuestro Hermano Marco Antonio Cerón Cerón SDS. 

Marco Antonio SDS, es quiteño, se formó en la PUCE y es religioso Salvatoriano desde el 29 de junio de 2010. Ha trabajado pastoralmente en nuestras tres presencias en el Ecuador, Cumbayá, Miraflores y Manta. Se ha comprometido en aportar para que la vida salvatoriana crezca y se fortalezca en el Ecuador. 

El 01 de diciembre de 2013, por imposición de manos y oración consagratoria de Monseñor Lorenzo Voltolini, Arzobispo de Portoviejo, fue ordenado Diácono de la Santa Madre Iglesia Católica. Gloria y honor al Dios Trino. 

jueves, 28 de noviembre de 2013

Votos Perpetuos

Jhon Alejandro Perdomo SDS

Hoy 29 de noviembre de 2013, en la Parroquia San Pedro de Cumbayá, en presencia del Padre Juan Carrasquilla Ossa SDS, Superior Provincial de Colombia-Ecuador, Jhon Alejandro Perdomo SDS profesó para toda la vida los votos de castidad, obediencia y pobreza. 

Bendecimos a Dios por este llamado y esta elección, más aun glorificamos su nombre porque permite que nuestra presencia Salvatoriana crezca y se vaya fortaleciendo en el Ecuador. Gracias Señor por tanto amor al proyecto espiritual y de apostolado del Padre Francisco María de la Cruz Jordán SDS. 

Pedimos a todos sus oraciones y su compañía. Y les agradecemos a todos por su aceptación a nuestro apostolado en nuestras presencias en el Ecuador, ya son 25 años de arduo y generoso trabajo por la construcción del Reino de Dios.  

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Finalizando el año de la FE

El alimento de la fe

La fe cristiana está sostenida en la revelación de Dios. Él ha querido acercarse a su creatura, desde el mismo acto de crear; le concedió al hombre ser su imagen. Por tanto, lo que podamos decir de Dios, el balbuceo del discurso de lo divino y de la misma persona divina, lo podemos decir porque Él se nos ha revelado. Él mismo ha quitado el velo que no nos permitía acercarnos a su verdad. Y para gloria del hombre, la revelación de Dios llegó a tal punto que se encarnó, tomó condición humana, sin dejar de ser Dios, nació, vivió y murió, aunque su muerte fue causada por el mal de quienes le condenaron injustamente. “Con su encarnación, con su venida entre nosotros, Jesús nos ha tocado…”[1].

Pero esta acción divina, de tocarnos, como lo afirma el Papa Francisco, no ha cesado, continúa, pues así lo afirma también el mismo Pontífice: “…y, a través de los sacramentos, también hoy nos toca; de este modo, transformando nuestro corazón, nos ha permitido y nos sigue permitiendo reconocerlo y confesarlo como Hijo de Dios.”[2].

Es así, el alimento de nuestra fe es el mismo Jesús de Nazaret. Y para alimentarnos con Él nos urge activar todos nuestros sentidos. Primero en los siete sacramentos, donde Él mismo actúa a través del ministro consagrado, queriéndonos tocar para entregarnos su gracia. Luego, con la gracia recibida, abrimos los ojos para contemplarlo en los rostros del mundo, en especial en aquellos que este mundo, contrario al proyecto de Dios, son crucificados continuamente; los oídos para escuchar el clamor de los que sufren; el gusto para saborear el amargo vinagre que proporcionan los malvados; el olfato para descubrir el pecado de la injusticia y el egoísmo; y el tacto para ser sus manos y sus pies, manos que acogen al que sufre y pies que buscan al necesitado.

Cristo nos alimenta en los siete sacramentos y en los sacramentales del día a día. No lo olvidemos.




[1] Francisco, Carta Encíclica: Lumen Fidei, No. 31
[2] Ibíd.  

jueves, 21 de noviembre de 2013

Finalizando el año de la FE

El compromiso del creyente

En el 2012, el Papa Benedicto XVI invitó a toda la Iglesia Católica a vivir el año de la fe, que iniciaría el 11 de Octubre del mismo año y finalizaría el 24 de noviembre del 2013, en la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Y así se ha realizado.

Y en la convocatoria, para vivir el año de la fe, el Papa Benedicto XVI, en su documento Porta Fidei (La puerta de la fe), nos exhortó diciendo: “La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo”[1]. Fue claro el Papa en invitarnos a reforzar nuestra fe personal para compartirla, para no quedarnos con ella, crecemos en la fe para sembrar un mundo nuevo, que sea el Reino de Dios. De lo contrario tener fe en Jesús no tiene sentido, si es un amor recibido y no compartido, es vacía esa fe.

Luego, ante la renuncia del Papa Benedicto XVI, llegó el Cardenal Jorge Mario Bergoglio, un argentino dinámico y lleno de amor, que eligió llamarse como el pobre de Asís, Papa Francisco. Este hombre, carismático por naturaleza, continuó animando a la Iglesia a vivir el Año de la Fe. Y en su primera Carta Encíclica, nuevamente los fieles cristianos, escuchamos la exhortación del vicario de Cristo, una voz distinta en la sede de Pedro, pero en la misma línea: “Quien se ha abierto al amor de Dios, ha escuchado su voz y ha recibido su luz, no puede retener este don para sí. La fe, puesto que es escucha y visión, se transmite también como palabra y luz.”[2].

No hay vuelta de hoja, no hay que decir más. El compromiso del creyente en Jesús de Nazaret está llamado a entregar lo que ha recibido, debe contagiar a otros, debe permitir que otros se sientan amados por Dios y así todos podamos construir el Reino de Dios que vino a sembrar el mismo Señor Jesús. Y lo hacemos como Él lo hizo, encendiendo la llama de la luz en otros, “La fe se transmite, por así decirlo, por contacto, de persona a persona, como una llama enciende otra llama.”[3].      



[1] Benedicto XVI, Carta Apostólica en forma de MotunPropio: Porta Fidei, No. 7.
[2] Francisco, Carta Encíclica: Lumen Fidei, No. 37.
[3] Ibídem.  

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Finalizando el año de la FE


La fe en el amante divino

Pudiéramos pensar que la fe en Jesús se fundamenta en sentimientos vacíos, en tradiciones históricas, en vivencias ajenas o en una imposición religioso-cultural. Y sí, puede ser que sí. Por ello, para que la fe esté bien cimentada necesitamos encontrar en ella la verdad, necesitamos acercarnos al misterio que contiene y que la sostiene. Necesitamos que la fe en Jesús sea fe sostenida desde lo más íntimo de cada creyente, que no se sostenga del exterior del hombre sino de su propio interior.

Y para que esto sea posible, tenemos que des-aprender, quitar de nuestro entendimiento la idea que Dios es como un  motor que mueve todo y que Jesucristo vino solo al mundo a morir en la Cruz. Tenemos que darle el lugar que Dios tiene por excelencia: es un Sujeto, una Persona, es Otro que ha querido crear otros distintos a Él para comunicarse y para entregar lo que es por esencia: AMOR. Dios es el amante y nosotros los amados. Dios es el que ha creado y se ha encarnado, en la persona de Jesús, para más amarnos y más acercarnos a su presencia divina.

Y es precisamente en la relación del amor, del Tú con el tú, como podemos alcanzar la fe, no en una idea, en un proyecto, en un sueño o en una utopía humana, sino en una Persona, que comparte nuestra humanidad pero que tiene algo más que nos hace falta a nosotros y a Él lo tiene en abundancia. “Él nos dice quién es en realidad el hombre y qué debe hacer para ser verdaderamente hombre. Él nos indica el camino y este camino es la verdad, Él mismo es ambas cosas, y por eso es también la vida que todos anhelamos.”[1].

Dejemos de creer en la persona de Jesús por tradición o por simpatía y emprendamos el camino de conocerlo, para amarlo y así servirlo. “…la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro”[2]. La mejor manera de crecer en la fe es dejándonos amar por el amante.




[1] Benedicto XVI, Carta Encíclica: En Esperanza fuimos Salvados, No. 6.
[2] Francisco, Carta Encíclica: Lumen Fidei, No. 34. 

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Finalizando el año de la FE

La fe verdaderamente cristiana    

El cristiano para vivir la fe verdadera, necesita salir del centro de su egoísmo, dejar de ver a Dios desde la propia realidad humana. Cuando contemplamos a Dios desde nuestras categorías, desde nuestras ideas, desfiguramos el Dios vivo que se ha revelado a lo largo de la historia: “el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (Marcos 12, 26) y podemos continuar diciendo el Dios de los Apóstoles, el Dios de Juan Pablo II, el Dios de Benedicto XVI y el Dios de Francisco.  Para no violentar la verdad de Dios, debemos tener presente que “La fe está vinculada a la escucha”[1], que tenemos necesidad de estar atentos a la palabra predicada y anunciada dentro de la Santa Madre Iglesia. Ser oyentes perseverantes de la Buena Noticia.

De lo contrario caeremos fácilmente en la idolatría, en el fanatismo, en la superstición. La fe en el Dios revelado “…por su naturaleza, requiere renunciar a la posesión inmediata que parece ofrecer la visión, es una invitación a abrirse a la fuente de la luz, respetando el misterio propio de un Rostro (el de Cristo), que quiere revelarse personalmente y en el momento oportuno.”[2]. Cuando no nos dejamos impactar por la persona de Jesús, es cuando nuestra fe se desorienta y nos convertimos en ritualistas, en actores de la religión y quizá en temerosos o temerarios de la relación con Dios.

La fe verdaderamente cristiana es todo lo contrario, es una relación fundada en el Amor infinito, que me permite encontrarme con mi verdad y la verdad del mundo. Y para no falsear esa verdad ni la verdad de Dios “Tenemos necesidad de alguien que sea fiable y experto en las cosas de Dios, Jesús, su Hijo, se presenta como aquel que nos explica a Dios”[3]. Tenemos que acercarnos a Él reconociéndolo como el camino que dirige al Padre, pero también como el buen pastor que nos impulsa a verdes praderas y claro tenemos que acercarnos a Él como el Dios que  nos salva. Es así que “La fe en el Hijo de Dios hecho hombre en Jesús de Nazaret no nos separa de la realidad, sino que nos permite captar su significado profundo, descubrir cuánto ama Dios a este mundo y cómo lo orienta incesantemente hacía sí; y esto lleva al cristiano a comprometerse, a vivir con mayor intensidad todavía el camino sobre la tierra”[4].

La verdadera fe cristiana consiste en vivir el día a día contemplando la realidad pero proyectándonos siempre hacía Dios.    





[1] Francisco, Carta Encíclica: Lumen Fidei, No. 8
[2] Ibídem, No 13 
[3] Ibídem, No 18
[4] Op. Cit. 

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Finalizando el año de la FE

Lumen Fidei 
(La luz de la Fe) 


En un mundo en el que pareciera que la razón pretende ser la luz del hombre, teniendo un señorío que, de alguna manera, gobierna toda la creación, se hace necesario aquietarnos y preguntarnos ¿entregarle toda nuestra realidad humana a nuestra propia razón, nos ha realizado plenamente?, ¿somos más felices?, ¿quizás más hermanos entre todos? o mejor aún, ¿preguntémonos, somos más humanos? Si la respuesta inmediata a este interrogante fuera plenamente positiva no sentiríamos que “El hombre actual parece estar siempre amenazado por lo que produce, es decir, por el resultado del trabajo de sus manos y más aún por el trabajo de su entendimiento (razón), de las tendencias de su voluntad.”[1].

Producir, dejar que nuestra capacidad de raciocinio dé frutos, de ninguna manera es negativo o malo, pero cuando lo hacemos lejos del proyecto de Dios, con nuestra propia autonomía y nuestra soberbia humana, olvidando que fuimos creados con esa capacidad, que se la debemos a Dios, hacemos de nuestras creaciones máquinas que destruyen las relaciones humanas, el hábitat y el bienestar de todos los seres creados. Así descubrimos que la razón sí es una luz, pero fugaz, sin fuerza, sin profundidad, sin plenitud para el hombre, cuando está lejos de Dios.

Al hombre le urge volver la mirada hacia la FE, permitir que ella se su luz. “Y es que la característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre.”[2]; esta luz va más allá de respuestas fugaces que tiene el hombre, esta luz tiene la capacidad de iluminar el pasado, el presente y el futuro, la fe le da al hombre una respuesta plena y total. Ahora bien, esta fe, de la que te hablamos, que te invitamos a vivir, para que ilumine tu vida, está centrada en una Persona: Jesús de Nazaret. Poner nuestra fe en Él, es dejarnos abrazar por el amor infinito, es dejarnos iluminar por luz incandescente que hace de nuestras oscuridades y tinieblas un día soleado en la armonía de la belleza de Dios. “La fe cristiana es, por tanto, fe en el Amor pleno, en su poder eficaz, en su capacidad de transformar el mundo e iluminar el tiempo.”[3].

Jesucristo es la luz de los hombres, Él mismo nos lo dice: “Yo he venido al mundo como luz y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas” (Juan 12, 46), la luz de la fe es una Persona que ama y acompaña



[1] Juan Pablo II, Carta Encíclica: Redemtor Hominis, No. 15.
[2] Francisco, Carta Encíclica: Lumen Fidei, No. 4.
[3] Francisco, Carta Encíclica: Lumen Fidei, No. 15