Ya eres uno más

SEAS BIENVENID@

Los Salvatorianos en el Ecuador te damos un grato saludo y te invitamos para que no sea tú primera visita, sino que ésta te anime a regresar.

Nos gusta mucho compartir contigo nuestro caminar y nuestra fe, nos gustaría contar con tus comentarios y con tus palabras de aliento.

Que la fe en nuestro Dios Trinidad nos una cada día más, que juntos podamos entregar la buena nueva a todos y de todas las formas que el amor de Cristo inspire a los que aún no lo conocen. Bienvenid@

DESEO SALVATORIANO

Tomando las palabras de Juan les decimos:
"Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido.".

1 Juan 1, 1-3

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Segunda Parte del Padre Nuestro

Danos hoy el pan de cada día 

Esta oración tan completa que entrega Jesús a sus discípulos, el Padre Nuestro, luego de presentarnos sus tres anhelos: Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino y hágase tu voluntad; nos encontramos con cuatro gritos de angustia de la humanidad, empezando con el grito de hambre: “Danos hoy el pan de cada día”.

San Agustín decía, mientras reflexionaba este grito: “Cuando decimos: Danos hoy nuestro pan de cada día entendemos que hoy significa el tiempo presente (esta vida nuestra, nuestra historia), para el cual pedimos nos conceda todo lo necesario, denominándolo con la palabra ‘pan’ como la parte más noble e importante de todo lo que necesitamos (para alimentar nuestra existencia de hijos). O también decimos ‘pan’ para referirnos al Sacramento de los fieles (Eucaristía), que necesitamos en el tiempo pero no solamente para el mero bienestar temporal sino para la felicidad eterna.”.

El reino de Dios es posible cuando el hambre no haga parte en la vida de nadie, cuando podamos compartir nuestros bienes para que a todos se les pueda anunciar la Palabra de Dios, alimento espiritual, porque ya lo pueden acoger con mayor agrado, pues no tienen el sufrimiento que causa la escasez, de la comida, el estudio, el techo y la recreación.

Como cristianos, que oramos con el Padre Nuestro, tenemos que comprometernos a compartir y velar porque quienes nos rodean gocen de lo necesario para vivir aquí y ahora y así reciban la esperanza de la vida eterna. 

Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos

El segundo grito de la humanidad es la reconciliación, solo con ella podemos hacer posible el reino de Dios, pero el perdón que nos invita a pedir Jesús en la oración del Padre Nuestro goza de dos direcciones, somos perdonados por Dios porque hemos logrado perdonar al hermano que nos ha ofendido. “Cuando decimos: perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden nos movemos a recapacitar tanto sobre lo que pedimos como sobre lo que en realidad practicamos, para que se nos conceda recibir lo que pedimos.” (San Agustín).

Necesitamos, como individuos, vivir el perdón como remedio a tanto dolor y sufrimiento que nos acompaña. Es urgente consolidar las relaciones en un clima de paz y alegría, para que las sociedades nos brinden el gozo de la comunión. El perdón ayuda a sanar, construir, crecer y alimenta el espíritu, por ello no podemos negarnos dar este paso de amor; venzamos los egoísmos y los resentimientos que quizás han alimentado la ofensa recibida y triunfemos sobre el orgullo que no nos permite pedir perdón a quien hemos ofendido. Recordemos que Dios no quiere solo afianzar una filiación (relación de Padre e hijo) sino también buscar que nosotros afiancemos una fraternidad (relación de hermanos).

Quien se niega al perdón, a recibirlo o a ofrecerlo, se queda estancado, enfermo y se va desgastando poco a poco. Quien perdona es quien primero sale favorecido.     

No nos deje caer en tentación  

La tentación es una realidad que vivimos todos y tenemos que enfrentarla todos, el mismo Señor Jesús vivió la tentación del maligno. Es así que es el tercer grito de la humanidad, pidiendo el auxilio divino, No nos dejes caer en tentación. No es que esté sólo en la acción de Dios el que no caigamos en la tentación, de él recibimos un auxilio, para ser más fuertes, más firmes y vencer la tentación que se nos presenta; “Cuando decimos: No nos dejes entrar en la tentación: nos damos ánimo para pedir esto, no sea que si cesase su auxilio, o bien engañados consintiéramos en alguna tentación o bien sucumbiéramos a alguna debilitados por la angustia.” (San Agustín).

Solos no podemos vencer la tentación, necesitamos tener un aliado más fuerte y más sabio, Dios. La tentación disfraza el pecado, nos lo muestra como agradable, bueno y sano, alejándonos así del reino de Dios. Sin el auxilio de Dios caemos fácilmente y fácilmente vamos arruinando nuestra vida. Y tengamos muy presente que la mayor tentación que se nos presenta es anular a Dios de nuestra vida, creer que somos autosuficientes, que solos podemos caminar en este mundo y vencer el mal que en él reina. Y luego tenemos las tres tentaciones principales que ofrecen al hombre una vida sin dolor, sin angustias y sin sufrimientos, pero claro está, nuevamente es un disfraz, son tener, poder y placer.       

Líbranos de todo mal  

El grito con mayor fuerza que eleva a Dios la humanidad es el deseo de ser librada del mal, líbranos de todo mal. Jesús es muy consciente de este grito y por eso no lo olvida en la bella oración del Padre Nuestro.

“Cuando decimos: líbranos del Mal renovamos la advertencia en que no estamos aún seguros en la posesión del bien, para que dejemos de temer que nos sobrevenga el mal. Y esta última petición de la oración del Señor abarca tanto, que el cristiano sea cual fuere la tribulación a la que esté sometido, gime con esa fórmula, con ella derrama su llanto, de ella parte, en ella se detiene y con ella culmina su oración.” (San Agustín).

El mal de este mundo nos agobia, nos desgasta y nos desanima para continuar caminando en busca del bien supremo. Por eso lo rechazamos con todas nuestras fuerzas y lo gritamos pidiendo la intervención divina para que sea alejado de nuestra vida. Pero también tenemos la obligación de tomar consciencia que en ocasiones somos nosotros, quienes hemos gritado “líbranos del mal”, los que causamos el mal de este mundo o lo alimentamos o lo impulsamos.

Es así que rezar el Padre Nuestro es comprometernos a no darle espacio al mal de ninguna manera, ni aceptarlo cuando sea causado por otros ni mucho menos ser nosotros propiciadores del mal. Siempre comprometidos por el bien que viene de Dios y que es Dios mismo.