Ya eres uno más

SEAS BIENVENID@

Los Salvatorianos en el Ecuador te damos un grato saludo y te invitamos para que no sea tú primera visita, sino que ésta te anime a regresar.

Nos gusta mucho compartir contigo nuestro caminar y nuestra fe, nos gustaría contar con tus comentarios y con tus palabras de aliento.

Que la fe en nuestro Dios Trinidad nos una cada día más, que juntos podamos entregar la buena nueva a todos y de todas las formas que el amor de Cristo inspire a los que aún no lo conocen. Bienvenid@

DESEO SALVATORIANO

Tomando las palabras de Juan les decimos:
"Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido.".

1 Juan 1, 1-3

viernes, 17 de agosto de 2012

El Misterio de Dios


Cuando hablamos de misterio reconocemos que se trata de una verdad incomprensible porque excede nuestra capacidad racional como también comprendemos que es una presencia sobrenatural en los sacramentos.

De esta manera cuando hablamos del MISTERIO DE DIOS nos referimos a su verdad TRINITARIA y a su ACCIÓN SACRAMENTAL. Dios es la Santísima Trinidad: “Tres personas distintas pero UN solo Dios verdadero”, que actúa por medio de la Iglesia para concedernos su gracia santificante (Mateo 28, 19-20).

El Hijo

Por ser Jesús quien nos revela este misterio divino iniciaremos la meditación Trinitaria con Él. Su encarnación nos permitió conocer la verdad divina (Lucas 1, 30-35).

Jesús de Nazaret, el hijo de María e hijo adoptivo de José, no es un hombre que hizo cosas buenas, un sabio que supo guiar o un poderoso que logro sanar, Él es el “Verdadero Dios y Verdadero Hombre”, es el que siempre ha existido (Juan 1, 1), pero que en un momento de su historia se hizo uno de nosotros (Juan 1, 14). Y luego de pasar por este mundo haciendo el bien (Hechos 10, 38) retornó al lugar del que había venido junto con los suyos (Marcos 16, 19). 

Jesús vino para que nosotros tuviéramos claridad de la verdad (Juan 18, 37) y vida en abundancia (Juan 10, 10), pues Él es la luz que nos aleja de las tinieblas (Juan 12, 46). Para cuando nuestra vida esté en la plena luz y cimentada en la verdad logremos sentirnos en el Reino de Dios ((Lucas 17, 20-21). Y viviendo el Reino de Dios deseemos esa paz, alegría, sosiego eterno (Juan 6, 40).  Esta es la salvación que nos da, por eso Él es nuestro redentor.

El Padre

Es el creador del universo (Génesis 1, 1). Jesús nos revela a la Persona del Padre (Mateo 11, 27) y por eso nos motivó para que lo reconociéramos como “Abbá”, Padre, nos enseñó a hablar con Él (Mateo 6, 9). Nos invitó a cumplir la voluntad del Padre para brillar como estrellas (Mateo 5, 16). Ser fieles como el Padre ha sido fiel con su creatura (Mateo 5, 48). Actuar con sencillez y sinceridad de corazón (Mateo 6, 1. 4. 6.). Nos reveló que el Padre nos ama tanto que se preocupa por nuestras necesidades y que por eso nuestra primera preocupación debe ser construir el Reino de Dios (Mateo 6, 26-34). Y más aún nos insistió en reconocer el amor del Padre en el perdón porque así sabremos perdonarnos (Mateo 6, 14-15).

El Espíritu Santo

El Espíritu Santo es la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Es quien realiza e ilumina la obra de Dios (Génesis 1, 2. 2, 7. Mateo 1, 18. Hechos 2, 3-4). Es la presencia divina que sostiene al Verdadero Hombre, Jesús, (Lucas 4, 18). Es quien nos permite nacer en espíritu (Juan 3, 5-6). Es la promesa del Señor Jesús para todos los bautizados (Juan14, 26) y el regalo del Padre a quien se lo pida (Lucas 11, 13). El Espíritu nos indicará qué decir (Mateo 13, 11). El Espíritu Santo es el que guía y sostiene la Iglesia y en ella a sus ministros les da el poder de transmitir la gracia santificante (Juan 20, 22; Hechos 6, 5, Hechos 8, 14-17; Hechos 9, 17. Hechos 28, 8.).

Por último no podemos olvidar que el único pecado no perdonado es el que va en contra del Espíritu Santo (Mateo 12, 32; Marcos 3, 29; Lucas 12, 10), por eso el Apóstol Pablo nos insistirá en no entristecer al Espíritu (Efesios 4, 30). 

viernes, 10 de agosto de 2012

La Reconciliación


Nos encontramos sumergidos en una sociedad que nos impulsa al egoísmo, al consumismo, al individualismo, al relativismo y al desinterés por el otro, realidad que sin darnos cuenta nos hace ofensores de nuestros seres queridos y de otras personas que están en nuestro entorno. Con mucha facilidad gritamos, maltratamos verbal o físicamente, eliminamos, ignoramos, despreciamos, criticamos, etc. Todo con tal de que mi yo crezca, de alcanzar lo que me propongo, de tener lo que quiero, de sentir que están a mis pies. Bien lo afirma el Papa Benedicto XVI en su saludo de cuaresma 2012: “¿Qué es lo que impide la mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás.”.

De esta manera ante una sociedad enemistada consigo mismo, con el prójimo y con Dios, por tener la mirada lejos de la verdad, nos urge una sincera RECONCILIACIÓN. Necesitamos un mundo que se construya desde el perdón.

La Vida
Mar 8:35-37  Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.  (36)  Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?  (37)  Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?

El Señor Jesús tiene claro que cuando el hombre se aferra a las cosas pasajeras y poco profundas está destinado a destruir su vida, Él nos propone una vida con sentido, la vida que se fundamenta en la verdad, en el amor, es decir, en la realización plena del hombre. Muchos ven esta propuesta como superficial, sin una meta, simple; y entonces se aferran a lo material, a los triunfos y a satisfacer sus deseos (tener, poder y placer), dejando de lado la propuesta de Jesucristo.

Y sin mirar la propuesta de Jesús ponen todas sus energías en alcanzar lo que supuestamente le concederá la felicidad; sin importar a quien tenga que hacerle daño, quien tenga que pagar sus malas decisiones o quien tenga que sufrir sus ofensas. El hombre egoísta destruye su vida, la de los otros y la relación con Dios. Pues todo parece que estuviera en contra de sí mismo. Va por el mundo estropeando proyectos de vidas ajenas. 

La Reconciliación
Existen tres sujetos a los que debemos perdonar en nuestra vida: a Dios, a los otros y a sí mismo. A Dios por todo lo que le hemos entregado como suyo y no lo es; a los otros por los momentos que con conciencia o sin ella le ofendemos, y a nosotros mimos por las malas decisiones que hemos tomado en la vida.

La reconciliación es el momento en el que purificamos nuestro corazón de rencores que hemos dejado reposar durante los días de nuestra vida; pero al perdonar no olvidamos, pues no se puede olvidar la ofensa recibida. Perdonar es tener la capacidad de recordar sin dolor. Hemos perdonado en el momento en el que asumimos la vida desde Dios. Y cada RECONCILIACIÓN es un acto de SALVACIÓN, por la sencilla razón que quien perdona ama y quien ama tiene a Dios y quien tiene a Dios vive en su reino.

Sacramento de la Reconciliación

Juan 20:21-23  Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.»  (22)  Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo.  (23)  A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

El evangelista Juan nos deja ver claramente que la reconciliación es una acción directa de la Santísima Trinidad: el Padre envía, el Hijo constituye la Iglesia y el Espíritu Santo actúa por medio de los ministros consagrados.

Cuando pensamos en el sacramento de la Reconciliación debemos tener en cuenta que no es la acción de un hombre al que le llamamos padre, sacerdote o cura, sino que es la misma Santísima Trinidad quien concede la gracia reconciliadora. Es un acto de fe y de confianza al misterio que Dios nos ha dejado en el seno de la Iglesia.

La reconciliación o confesión como se suele llamar no es una acción de compromiso o de deber cristiano, es un llamado a buscar constantemente vivir en la gracia de Dios, construir un mundo de paz y reconocer las malas decisiones y las equivocaciones cometidas.

jueves, 2 de agosto de 2012

Formando a los hijos hoy


Nos encontramos en un mundo que se desinteresa por las personas, por los individuos, por sus verdaderas necesidades, pero curiosamente sumerge al hombre en el deseo de individualidad, de tal manera que olvida que hace parte de un grupo, de una sociedad, de una familia. Y las familias son muy propensas a dejarse seducir por esta tendencia social. Con toda tranquilidad viven bajo un mismo techo sin conocerse, sin amarse, sin confianza; pueden vivir creyendo que tienen tales valores, pero ¿al relacionarse los miembros de la familia lo siente?

El problema de las familias no son los avances, no son los programas de televisión, no son las influencias de afuera, sino la claridad de la misión que tiene los padres. Cada época da las herramientas necesarias para brindar una sana formación a las nuevas generaciones, se hace necesario vislumbrarlas y asimilarlas; junto a estas herramientas siempre han existido valores que nunca cambiarán, tales como la unidad, el conocimiento de las personas, la confianza, todo sostenido por el amor.  

Unidad en la Familia

Mat 19:4-6  El respondió: «¿No habéis leído que el Creador, desde el comienzo, = los hizo varón y hembra, =  (5)  y que dijo: = Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne? =  (6)  De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre.»

La verdadera unidad familia comienza con la unidad de la pareja, que han decidido amarse por toda la vida. Es tan fuerte esta unidad, que Jesús nos habla de formar una sola carne: así lo ha querido el Padre Celestial, así lo ha pensado y así nos lo ha pedido vivir. Y claro, esa unidad, querida, pensada y pedida por Dios, tiene su plenitud en el sacramento del matrimonio, momento sacramental con el que le decimos a Dios sí acepto amar a esta mujer o este varón como medio por el cual alcanzar mi realización y mi felicidad.[1]
Por tanto si la pareja está unida y está bien, será más fácil brindar una sana formación a los hijos. Pero en el caso de no tener una pareja constituida, sino que se es cabeza de hogar, la unidad debe estar entre el padre o la madre con sus hijos.

Miembros que se conocen

Los miembros de la familia deben estar muy atentos para no olvidar que cada uno es un ser distinto a los otros. Podemos tener “parecidos”, asimilarnos al padre, a la madre, entre hermanos o a algún otro familiar, pero nunca seremos ellos. Dios nos creo únicos y nos vamos constituyendo únicos.

De esta manera podemos tomar conciencia que son odiosas y no muy formativas frases como: “qué pasa contigo, ve a tu hermano”, “por qué tu primo sí puede y tú no logras realizarlo”, “cuando yo tenía tu edad yo era, yo ya hacía”, “eso todo mundo puede hacerlo, ¿y tú no? entre otras. Estas frases nos muestran que no nos conocen, que ignoran nuestras capacidades y nuestra manera de enfrentar la vida.  Los padres de familia para formar deben comprender a cada hijo como es, debe valorar lo que tiene, y animarlo para que crezca en sus dones y talentos. Recordemos lo que nos dice San Pablo:

Rom 12:4-6  Pues, así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función,  (5)  así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros.  (6)  Pero teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada.

Confianza en la familia
  
   Luc 2:48-52  Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.»  (49)  El les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?»  (50)  Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio.  (51)  Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.  (52)  Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

La confianza en cada acción de los miembros es de gran valor, cumple la función de alimentar la confianza en sí mismo. Una persona que no se siente respaldada por la confianza de sus seres queridos, puede perder la confianza en sí misma.

Sí nos conocemos porque estamos unidos nos tenemos confianza. Es importante que los hijos sientan que sus padres le respaldan en sus metas, en sus sueños, en sus deseos y en su realización humana. Se hace necesario dar respiro, dar apertura, permitir que se equivoquen y que caigan para que crezcan. Hay que saber confiar.


[1] Haciendo un paréntesis. No podemos olvidar que la vida de los hombres cuenta con decisiones equívocas, las cuales no nos permiten constituir este deseo de Dios. Y Dios nunca rechaza a una madre o a un padre cabeza de hogar, antes bien le acompaña y le asiste en su caminar; pero sí le pide fidelidad a su misión, de cabeza de hogar, con dignidad.