Ya eres uno más

SEAS BIENVENID@

Los Salvatorianos en el Ecuador te damos un grato saludo y te invitamos para que no sea tú primera visita, sino que ésta te anime a regresar.

Nos gusta mucho compartir contigo nuestro caminar y nuestra fe, nos gustaría contar con tus comentarios y con tus palabras de aliento.

Que la fe en nuestro Dios Trinidad nos una cada día más, que juntos podamos entregar la buena nueva a todos y de todas las formas que el amor de Cristo inspire a los que aún no lo conocen. Bienvenid@

DESEO SALVATORIANO

Tomando las palabras de Juan les decimos:
"Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido.".

1 Juan 1, 1-3

viernes, 29 de abril de 2011

DOMINGO 01 DE MAYO

Juan  20: 19 - 31

19
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.»
20
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.
21
Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.»
22
Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo.
23
A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
24
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
25
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.»
26
Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros.»
27
Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.»
28
Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.»
29
Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.»
30
Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro.
31
Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.



Después de una fuerte tormenta viene la tranquilidad, la paz. Es precisamente esta idea la que nos entrega el evangelista Juan hoy en este pasaje bíblico: Jesús pasó por una fuerte tormenta, una tormenta con rayos y truenos, una tormenta que perturbó su paz y su tranquilidad; pero el Padre le ha concedido la paz, la tranquilidad. Este es el primer mensaje que nos trae el evangelio hoy: Cristo resucitado ha recibido una paz que nos comparte y nos concede para que superemos las perturbaciones que esta vida da.
La paz que Jesús el Cristo irradia a toda la humanidad, es transmitida por la Iglesia. La Iglesia tiene el deber de sentir, vivir y trasmitir la paz que ha recibido de Dios. Pero comprendamos que cuando decimos Iglesia hablamos de todos los bautizados, por tanto tú y yo estamos llamados a despertar la idea de paz y actualizarla. Esta Iglesia organizada, tiene claro la misión encomendada por el mismo Jesús: entregar la paz a todos. Pero la paz en el varón y la mujer radica en sentirse amado y reconciliado, eh ahí la importancia de valorar el sacramento de la confesión, no como una obligación o como una ley, sino como el deseo de restablecer la amistad desgarrada con Dios. Es en la confesión en el momento en el que hacemos tangible las palabras de Jesús: “A quién  perdonen los pecados le quedarán perdonados y a quién se los retenga les queda retenido”,  un  mandato que está cimentado en la presencia del Espíritu Santo: “Reciban el Espíritu Santo”.
Y es importante en la fe, no olvidar que no puede ser siempre comprobada con el tacto o con los ojos, sino tener el corazón abierto al misterio de Dios que ha manifestado. Puesto que nuestra fe cristiana católica es comunitaria, es la fe que recibo y comparto en una comunidad. Así como valoras los sacramentos y todas las acciones litúrgicas, valora también con mayor intensidad la presencia de tus hermanos en la fe, en esos momentos litúrgicos. La misa debe ser el primer espacio y tiempo en el que hacemos una comunidad y valoramos la fe de cada uno de los que forman la comunidad.

martes, 26 de abril de 2011

NEO-CRISTIANOS CATÓLICOS

El sábado santo, en la vigilia pascual, la Iglesia de San Pedro de Cumbayá recibió con gozo y mucha alegría en el corazón a dos hermanos nuestros que aceptaron la fe, y pidieron a la comunidad el bautismo. Ellos con gran deseo inician este caminar de hijos de Dios. Son un ejemplo para mucho que todavía no hacen parte de nuestra Iglesia. Los felicitamos y nos alegramos por que esten en nuestra familia cristiana.


lunes, 25 de abril de 2011

Pascua tiempo de nueva vida en Cristo

Hermanos y hermanas, es una oportunidad especial el celebrar la pascua para enviarles un saludo y a la vez invitarlos a que reflexionemos juntos sobre el acontecimiento “Jesús de Nazaret”, digo acontecimiento, porque para muchos de nosotros no pasa de ser eso, el recordar el sufrimiento de Cristo como algo que pasó y que se recuerda como un hecho histórico de trascendencia, como quien recuerda a cualquier hombre ilustre de la historia.
Pero la muerte de Cristo no es un simple acontecimiento, es el resultado del amor verdadero, es la consecuencia de una vida coherente, entregada completamente al plan de salvación, no desde la teoría y la ley escrita, sino desde la práctica libre de la única ley que transforma, El AMOR, que lleva a Jesús a acoger especialmente a los marginados de su tiempo, ya sea por el pecado, la discriminación, la enfermedad,  el género, etc.
La muerte cruenta por la que pasó el mismo Hijo de Dios, aunque parezca contradictorio, es la muestra de que Dios es capaz de todo por los que ama, por esta razón, debemos deshacer de nuestra religiosidad la imagen del Dios castigador, vengativo y lejano que hemos heredado del judaísmo y que durante mucho tiempo nos han mostrado, y asumir al Padre misericordioso, cercano y que se define como el Dios amor, manifestado por Cristo.
Por otro lado, la muerte para Cristo no es el final, sino el inicio de la verdadera vida que trae la resurrección y a la que se nos invita a todos los cristianos o más bien, a toda la humanidad, ya que la salvación que Cristo nos manifiesta no es para unos pocos, está dirigida para todo hombre, varón y mujer, que “negándose a sí mismo vaya en pos de Jesús”; lo que implica ir en pos del otro, ser otro Cristo para el que sufre.
Hermanos celebremos la pascua de Cristo con todo lo que esto implica; si creemos que Cristo vive en nosotros, manifestémoslo al mundo, superemos la pasividad de los “buenos” y comencemos a manifestar con nuestra vida que la resurrección de Cristo es la Semilla que crece en nosotros para transformar el mundo. Mostremos que es posible pasar del sueño de un mundo nuevo, a la acción de  arrimar el hombro para que este mundo “Reino de Dios” sea posible.
Nunca nos olvidemos que 12 hombres sencillos, lograron mostrar que el resucitado cambió sus vidas y que su plan podía cambiar al mundo y comenzaron a trabajar dando testimonio de lo que habían vivido, ¿qué no haríamos si los que nos llamamos cristianos nos dejáramos transformar por el amor del Resucitado?
Jorge Raúl González SDS
Felices pascuas de resurrección les deseamos
 los Religiosos SALVATORIANOS

domingo, 24 de abril de 2011

DOMINGO 24 DE ABRIL

Juan  20: 1 - 9

1
El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro.
2
Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.»
3
Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro.
4
Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro.
5
Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró.
6
Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo,
7
y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte.
8
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó,
9
pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.

El apóstol Pablo recalca a los Corintios, en su primera carta, la importancia de tener claro la resurrección de Jesús el Cristo, diciéndoles: “Y si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación no sirve para nada, como tampoco vuestra fe”. Pues es la resurrección de Jesús el Cristo la que pone el sello a todo la predicación y a toda la entrega de Jesús a la Cruz. La resurrección una vez más deja claro que él es el mesías, el Hijo de Dios.
Y nos lo deja claro porque esta resurrección no se había efectuado antes en la historia de ningún hombre. Jesús el Cristo es el primero en resucitar. Recordemos que Lázaro, la hija de Jairo, el hijo de la viuda, entre otros, no resucitaron sino que sus cuerpos fueros reanimados; pues ellos después murieron como todos los mortales. La resurrección es un despertar de la muerte para nunca más morir.  
Teniendo claro estas dos cosas, la resurrección de Jesús es la fuente de nuestra fe y la resurrección es un nacer para nunca morir, podemos ahora medita entorno al evangelio que nos propone la liturgia para este domingo.
Lo primero que podemos percibir es que es una mujer la que descubre esta resurrección, la mujer nuevamente es protagonista en la vida de Jesús. Ella como buena discípula y conocedora de su condición humana, frente al resto de la sociedad, sólo es portadora de una novedad a sus hermanos discípulos. Hoy la mujer no puede olvidar esta gran misión que tiene, ser portadora de buenas noticias de Jesús de Nazaret. Usted mujer tiene el lugar más bello para iniciar esta misión, la familia. Ya sea como hija, como madre, como tía o abuela. Es su deber alimentar la esperanza de los seres más cercanos. Que la confusión, como la de María Magdalena, no las desvíe de tan magna misión. Las confusiones hacen parte de la fe, pero la desesperanza no.
En cuanto a los dos varones, Pedro y Juan, que corren apresurados a comprobar lo dicho por la mujer, vemos dos realidades, dos formas de ver los acontecimientos mesiánicos. Pedro, quien había negado al Señor tres veces, nos muestra a la cabeza de una institución. Es él el que entra primero, a pesar que llega después al lugar, Juan permite y respeta el lugar que tiene Pedro en el grupo de los discípulos.  Pedro, quizá por su negación, se ve más distante, menos apresurado, quizá confundido, quizá temeroso por haber negado al Señor y ahora descubrir que no había en él engaño alguno. Pudiéramos pensar en Pedro como aquellos que tienen cierta dudad de la presencia real de Jesús en el mundo. Es una duda temerosa a equivocarse.
Muy diferente es la actitud de Juan. Él correo más veloz, él llega primero y conserva su lugar, pero sobre todo él “ve y cree”. El amor no tiene duda, el amor solo sabe aceptar lo que su amado dice. El evangelista tiene la delicadeza de recordarnos que Juan era el “que Jesús quería”. Esta actitud de Juan es diferente porque ama con todo su ser; Pedro amaba, también al Señor, pero su corazón guardaba cierta duda. Juan no necesita ver al Señor, todo lo que ve es suficiente para aceptar y creer.
Podremos ahora preguntarnos qué tan grande es nuestro amor por el Señor, con poca fuerza o con mucha. Este evangelio, con el que hacemos memoria que Jesús triunfa ante la muerte, nos lleva a desear también que Jesús resucite en nuestra vida, pues sin saberlo podríamos quedarnos con Jesús en la cruz o Jesús en el sepulcro, pero no con Jesús resucitado. Quien acepta a Jesús resucitado, vive de otra manera, vive con la esperanza del amor, y no olvida que el mal no tiene la última palabra.

sábado, 23 de abril de 2011

VIGILIA PASCUAL

Comentario al evangelio
Mateo 28, 01-10

El breve texto de la resurrección que se lee en la misa de la vigilia del sábado es una elaboración literaria que tiene el objetivo de comunicar que fue el mismo Resucitado quien dio a los apóstoles la misión de proclamar el evangelio a todo el mundo.

El sepulcro vacio evoca una celebración ritual de la Iglesia de Jerusalén que veía el sepulcro vacío como signo de la muerte de Jesús.

El "ángel" sentado sobre la losa, escenifica el triunfo cristológico de la Vida; al hablar, personifica la revelación del misterio pascual, que enciende en aquellos humildes representantes del pueblo santo la llama de la fe.

Las mujeres obedeciendo al ángel, corren a llevar la noticia de la resurrección a los discípulos y en el camino se encuentran con el mismo Jesús lo cual les llena de alegría.

Mateo hace una síntesis programática de la misión universal: Se encuentran en «Galilea», patria y clima del evangelio desde donde se inicia la nueva predicación, en «el monte del calvario» marco bíblico de la comunicación de Dios con los hombres. Evocando y trascendiendo la visión del Hijo del hombre a quien Dios padre le ha dado poder sobre el universo («el cielo y la tierra»). Este poder se ha de realizar en la tierra ("todos los pueblos"), no haciendo un imperio, sino una comunidad de discípulos. Llevarlo a cabo es deber y derecho de los "once discípulos"; es decir, de la Iglesia apostólica constituida en ellos como primicias. Jesús no se despide estará siempre con ellos -con nosotros- para hacer realidad viva la misión humanamente imposible.

¿Cómo se vive a Jesús resucitado?

Uno de los grandes líderes cristianos del siglo XX fue el pastor alemán Martín Niemöller, éste sobrevivió a la prisión de Adolf Hitler durante la segunda guerra mundial. Este hombre murió en Alemania en 1984, a la edad de 92 años. Niemöller, se levantó contra Hitler y como resultado fue arrestado y arrojado en la cárcel, solo. La hediondez diaria de la carne humana quemada y la visión de la muerte le perseguían. Al terminar la guerra, en una ocasión fue entrevistado por una emisora de radio, y le preguntaron cómo había podido soportar tanto tiempo en la prisión sin haber perdido su salud física y mental. A lo que él replicó que nadie sabe la capacidad de sufrimiento de una persona hasta que la ocasión llega. Cada persona puede aguantar más de lo que ella piensa, declaró. “Si Dios mora en su vida”, dijo, “usted puede soportar mucho más de lo que usted piensa”. Si Dios vive en nosotros, podremos mostrárselo a los demás. Y cómo hacer para que Dios o Jesucristo viva en nosotros?: entregándonos en primer lugar a él. Aceptándolo como nuestro Señor. En un acto de fe, de amor. Dejando nuestras vidas bajo su control, comenzando a querer obedecer su Palabra. Comenzando a darle un lugar a él en nuestras vidas. Esa es la experiencia de tener a Cristo en nuestro corazón. Es la experiencia de dejarlo resucitar en nuestro ser. De llegar a sentirlo vivo en nosotros. De comenzar a experimentar un Dios vivo, resucitado y con poder.
La resurrección de Cristo quiere transmitirnos dos cosas muy importantes: la certeza que Jesús vive, la certeza que él es el Mesías, que él es el Hijo de Dios.


Wilson Sabalza SDS

SÁBADO SANTO

El Dolor de María
¿Quién pudiera explicar, o dar razón del dolor profundo de una madre, ante el maltrato injusto a su único hijo? Creo que nadie puede dar tal respuesta, quizá pudiera deducir tal dolor pero explicarlo es imposible.
Razón por la cual los evangelios nos muestran sencillamente el dolor silencioso de María, la mujer que aguarda y calla mientras su hijo es juzgado y lapidado injustamente. En el camino de la pasión y muerte de Jesús de Nazaret podemos ver en la primera discípula las virtudes teologales: fe, esperanza y amor. Ella ejemplo de vida cristiana nos da una enseñanza en su silencio, en su fidelidad. Descubramos estas virtudes en la Bienaventurada Virgen María.
Fe
María en su juventud guarda en lo más profundo de su ser una fe pensada, no es una fe simplista. Es una fe que se interroga por lo sobrenatural, por lo incomprendido desde la lógica de la razón.   El evangelista Lucas pone en labios de María un gran interrogante ante el mensaje divino: “¿Cómo va hacer esto si no conozco varón alguno?” (134). Era necesario una explicación y sumado a ella una prueba (135-37), de lo contrario imposible aceptar tal verdad. Es una fe que no está probada por realidades físicas, o por verdades comprendidas en la lógica humana, sino cimentadas en la Palabra del que ha sido fiel a sus promesas; es la fe que se acepta desde el misterio de la divinidad.
María, símbolo de una porción de humanidad que pese a las situaciones históricas de marginación, rechazo y abandono por parte de la oficialidad socio-religiosa, confía, espera y está abierta al querer divino.”[1]
María sencillamente posee la seguridad de que Dios no permitirá que el mal tenga la última palabra, ella que ha recibido al Hijo de Dios en su seno (Lucas 135) intuye que viene algo mayor que triunfará sobre tanto mal. Su fe es de una confianza inquebrantable, de una espera silenciosa y dolorosa, pero sobre todo de una apertura al querer de Dios. Una vez más podríamos poner en boca de María las palabras del anunció: “¿Cómo va hacer eso?”. El misterio sobre pasa la lógica humana, pero la fe sencillamente no desfallece.
Esperanza
La elegida del Señor, en el camino al calvario junto a su Hijo condenado, no olvida que su alma glorifica al Señor y su espíritu festeja a Dios su salvador; porque es un Dios misericordioso que tiende la mano a sus fieles y dispersa a los soberbios de sus planes, pero sobre todo es Dios fiel a sus promesas hechas a sus antepasados (cfr. Lucas 146-55). Ella sin saber cómo, sabe que Dios saldrá vencedor ante toda aquella maldad humana; su silencio en el camino al calvario es de esperanza.
La esperanza de saber que el Padre bueno está caminando con su dolor y con el dolor del “Hijo amado” (Mateo 317), que no es el abandono de quien la eligió. Es la esperanza del conocimiento de que Jesús “pasó haciendo el bien y sanando a los oprimidos por el demonio” (Hechos 1038), que la respuesta a tal obediencia no podía tener como respuesta una muerte sangrienta sin más. Contemplar a María es contemplar la esperanza de cristiano que no se desanima ante las contrariedades de la vida, sino que confía que su Señor está acompañándolo en esos momentos cruciales y dolorosos.
Amor
La experiencia de la pérdida de Jesús en templo, a los doce años de este, nos permite descubrir la gran angustia de la madre de Dios por el verbo encarnado, ella le dice al adolescente Jesús: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados” (Lucas 248). Si esta angustia es fruto de una confusión de una perdida, imaginémonos la angustia de María al ver que su hijo va a morir, que ha sido juzgado y condenado a una muerte inminente en la cruz.
La respuesta silenciosa ante esta angustia de María solo puede dejarnos ver que ella, no solo es la mujer de la fe y de la esperanza, sino que es la mujer del amor. La mujer que cree en el amor. María, la verdadera discípula, está muy convencida de sus palabras a los criados en la boda de Caná: “Hagan lo que él les diga” (Juan 25). El amor solo puede estar dispuesto a hacer lo que Dios diga, pues el amor tiene claro que Dios dice la verdad y cumple sus promesas.
María, la mujer del amor, ama con intensidad a la Santísima Trinidad y se entrega plenamente a su proyecto. Y en este amor acepta el dolor. En el camino al calvario, ama el cuerpo maltratado y adolorido de Jesús como ama el deseo de Dios por redimir al hombre.
La fe, la esperanza y el amor de María en el plan salvador de Dios permiten que acoja a toda la humanidad como sus hijos, acepta obedientemente a Juan, y junto a él a todos los que creen en Jesús el Cristo, como hijo suyo: “Mujer he ahí a tu hijo” (Juan 1926).
Hay momentos en los que la impotencia humana es visible y palpable, por más que queramos o busquemos la forma no podemos hacer nada. En aquellos momentos hay que ser sensatos y llenarnos de la presencia Divina, hay que confiar en que todo lo antes realizado va a dar sentido al final del sufrimiento y la injusticia. Mirar a María silenciosa ante todo el dolor de la pasión y muerte de Jesús es reconocer que la fe, la esperanza y el amor son bases sólidas de un discípulo cristiano.

Para reflexionar
¿Qué figura juega María en mi fe?
¿Cuándo miro a María descubro el ejemplo de discípula?
¿Es María en mi fe un prototipo de seguimiento y de fidelidad?

   Alejandro Perdomo SDS
Esperamos tus respuesta y comentarios así todos crecemos. Puedes hacerlo como anónimo.


[1] Píe de página de Lucas 126-38, de la biblia La Biblia de Nuestro Pueblo, Luís Alonso Schökel.

viernes, 22 de abril de 2011

VIERNES SANTO

La Iglesia universal recuerda con gran dolor la verdad que exclama el evangelista Juan: “Vino a su propia casa y los suyos no le recibieron” (111). La tradición del viernes santo es un rememorar el acontecimiento del rechazo al proyecto que Jesús el Cristo entrega al pueblo elegido por Dios para dar la salvación a toda la humanidad. La insensatez de los sacerdotes, fariseos y ancianos de la ley hacen de un buen hombre, del Dios encarnado, una víctima de la justicia romana.    
A lo largo de la historia grandes cineastas han buscado reproducir este acontecimiento, la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, el último y el más sonado de nuestros tiempos es el actor, director y productor de cine estadunidense Mel Gibson, quien logró en el 2004 dirigir y producir la famosa película “La Pasión de Cristo”. Este largometraje, aceptado por algunos jerarcas de la Iglesia y afirmado por el Papa Juan Pablo II con la frase: “¡Así es como fue!”, nos ha mostrado la sangrienta realidad de la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo.
Pero no por ello debemos quedarnos con la idea que el Padre envío a su Hijo exclusivamente para que padeciera en la cruz. “Dios no quería la cruz (…). Y tampoco Jesús la quiso (…).  La cruz (…) es un producto terrible del pecado, si la miramos desde la perspectiva del hombre; y es manifestación del amor llevado hasta las últimas consecuencias, si la miramos desde la perspectiva de Cristo. Ése es el doble significado de la afirmación paulina: ‘Cristo murió por nuestros pecados’ (1 Cor. 153)”[1]. O que era una necesidad la muerte de Jesús en la cruz para darnos lo que vino a entregarnos, la salvación. De ninguna manera. La salvación que nos da Jesús está cimentada en toda su existencia, en su encarnación: engendrado, nacido, crecido y muerto. Es la persona de Jesús la que nos salva, el encuentro con él y su proyecto de vida. No la mucha sangre que pudo haber derramado por la sinrazón de unos cuantos judíos.
Por tanto celebrar el viernes santo es reconocer la fidelidad de Jesús al proyecto salvador del Padre. Es hacer una mirada a los días públicos de Jesús por los callejones, por las calles, en las casas, en la plaza, en el mar y en el desierto. Una vida pública entregada en la verdad y el deseo de dignificar la vida de la humanidad. Una vida pública que libera de ataduras y de cargas pesadas, que desgastan la realidad humana. Una vida pública que entrego la esperanza a la humanidad. Una vida pública que desacomoda la estabilidad de unos cuantos poderosos. Y cuando hacemos esta mirada podemos comprender las palabras de Jesús en el monte de los olivos: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 2242). Pues la voluntad del Padre está en la firmeza de todo lo ya realizado en la persona de Jesús; negarse a la cruz era negarse a todo lo cumplido.
Jesús era el cumplimiento de la promesa realizada por Dios  (Isa. 355-6) y él mismo se lo dijo a los discípulos de Juan, para que ellos contestaran a la pregunta del bautista: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? Jesús les contestó: Vayan y cuéntenle a Juan lo que ustedes están viendo y oyendo: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y una nueva buena le llega a los pobres” (Mateo 113-5). En el momento de la aceptación de la cruz toda la obra de Jesús toma una fuerza mayor a la que tenía. “En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical.”[2]. Con su muerte en la cruz, ofrecida por los soberbios, Dios dice al hombre que el mal no tiene la última palabra, que el bien no puede intimidarse por la acción del mal, sino que debe ser firme y fiel a su visión y proyecto. Pues todo no termina en la cruz, aunque todo nace en ella, la cruz es vencida por la resurrección.
Es de esta manera que celebrar el viernes santo es celebrar el amor de Dios por la humanidad, es sentir que “Dios es amor” (1 Juan 48), “Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad.”[3]. En esta celebración tomamos conciencia de Dios como amor puro y verdadero, y “Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza”[4] y “Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva”[5]. Quedarnos en la sangre derramada, sin más, es desfigurar “Lo que Jesús había traído, (…): el encuentro con el Señor de todos los señores, el encuentro con el Dios vivo y así, el encuentro con una esperanza más fuerte que los sufrimientos de la esclavitud, y que por ello trasforma desde dentro la vida y el mundo.”[6].
Es el momento de encontrarnos con el verdadero Dios que trasforma la vida, y no solo con el Dios que derrama la sangre para salvarnos. Como cristianos estamos llamados a unirnos a Él en la lucha contra el mal que agobia a tantos hermanos nuestros, estamos llamados a decir basta a tanta injusticia; no podemos quedarnos callados ante tantos crucificados que ya hacen en nuestras ciudades y pueblos. Como cristianos debemos vivir este viernes santo en la búsqueda que muchos comprendan que Jesús “nos dice quién es en realidad el hombre y qué debe hacer para ser verdaderamente hombre”[7], para que de esta manera cesen los actos inhumanos de nuestras sociedades, pues, “Él nos indica el camino y este camino es la verdad. Él mismo es ambas cosas, y por eso es también la vida que todos anhelamos.”[8].
Para reflexionar
¿En dónde está cimentada mi fe?
¿Qué Jesús quiero entregar al mundo?

Alejandro Perdomo SDS   
Esperamos tus comentarios y tus respuestas a las preguntas, eso nos ayuda a crecer en la fe y acompartir los pareceres. Lo puedes hacer al final de esta reflexión, como anónimo.  


[1] TORRES QUEIRUGA, Andrés, Recuperar la Salvación, Sal Terrae, 1995, Bilbao, pág. 184
[2] Carta Encíclica Dios es Amor del sumo pontífice Benedicto XVI, 2005, Roma, No. 12.
[3] Ibídem
[4] Carta Encíclica En Esperanza fuimos Salvados del sumo pontífice Benedicto XVI, 2007, Roma, No. 3
[5] Ibídem, No. 2
[6] Ibídem, No. 4
[7] Ibídem, No. 6
[8] Ibídem.

jueves, 21 de abril de 2011

JUEVES SANTO

La Iglesia hace memoria el día jueves santo de aquel acontecimiento, la cena pascual de Jesús con sus discípulos, que trasciende en la vida de la comunidad cristiana naciente. Este acontecimiento entregado por Jesús de Nazaret a sus discípulos es el centro de toda la vida cristiana. Puesto que es un acontecimiento que rompe el sentido de repetición para ser un acontecimiento de renovación, es decir, que Jesús de Nazaret nuevamente en cada Eucaristía se entrega a los suyos, en alimento y servicio.
En la muy conocida última cena del Señor, los evangelistas nos narran algunas riquezas de la vida cristiana; riquezas que nos entrega el mismo Señor Jesús. Esta cena, como todas las que celebramos los cristianos, tiene una línea transversal que es el AMOR. Un amor que no es fruto de este encuentro sino que es fruto de los muchos encuentros comunitarios que el Señor ha tenido con sus discípulos. Y a partir del amor encontramos las demás riquezas de esta cena pascual. Veámoslas.
FRATERNIDAD
 Jesús busca un lugar para estar con los suyos, con sus amigos (Mateo 2618). Es el lugar del encuentro fraterno; fraternidad que no tiene límites, que acepta también a aquellos que todavía dudan de su verdadero señorío. Judas, el que ha permitido que su fidelidad se venda por treinta monedas de plata, “…habla como los enemigos de Jesús, porque no ha comprendido que Él es el Señor.”[1]. ¿Soy yo, maestro? (Mateo 2625) dice Judas, mientras que los demás discípulos preguntan: ¿Soy yo, Señor? (Mateo 2622). También nuestros encuentros hoy están constituidos por esta fraternidad desquebrajada, no todos los que participamos creemos con la misma intensidad en el Señor como el verdadero Salvador.
LA PERSONA
Renovar este acto de Jesús es descubrir que “La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús”[2]. Él se entrega en toda su persona,  pues da su cuerpo y su sangre: “…el recuerdo de que Él ha entregado su cuerpo y su sangre, es decir, la totalidad de su ser, sus anhelos, sueños y esperanzas, su lucha por la instauración del reino de Dios; todo lo ha entregado por sus amigos y por toda la humanidad.”[3]. La fidelidad de Jesús no tiene límites, y es esta fidelidad la que recibimos cada vez que nos alimentamos de Él. La recibirle estamos llamados a darnos con toda nuestra realidad, nuestra persona.
UNIDAD
El Señor toma un pan y una copa (Mateo 2626-27), este hecho “une a todos los que  participan en la comida comunitaria, ya que todos participan de la misma fuente de la vida”[4]. Y al participar de la misma fuente se forma una sola realidad. La comunión consiste en ser un solo cuerpo, “…porque en la comunión sacramental yo quedo unido al Señor como todos los demás que comulgan: (…). La comunión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega.”[5]. Comulgar sin tener conciencia que construyo un cuerpo desfigura esta entrega amorosa de Jesús de Nazaret.
SERVICIO
 En la acción de lavar los pies a sus discípulos (Juan 131-20) Jesús permite descubrir que él es un siervo-líder. Este servicio les correspondía a los siervos del momento, atender a sus amos y a la visita para limpiar el polvo que traían de la caminata por el desierto. Jesús se ciñe la toalla sin ningún problema, sin olvidar su condición, con todo el deseo de servir y dejar claro que sus seguidores deben estar atentos al servicio. Su liderazgo se desarrolla desde el servicio. “El que busque servir como Jesús será feliz”[6]. Ser cristiano es estar atento a las necesidades de nuestro hermanos, especialmente de aquellos que consideramos inferiores a nosotros, por cualquier razón: intelectual, económica, social, etc.
LA ALIANZA
El signo más profundo que podemos ver en esta celebración es el sello de la nueva alianza. Una alianza definitiva, una alianza donde Jesús el Cristo es el único mediador, él es el mediador de nuestra salvación porque es un acto de un Dios encarnado, es un Dios que se ha hecho hombre, en el Logos encarnado está Dios y está el Hombre. Desde él ya no hay necesidad de los intermediarios. Esta última alianza de Dios con la humanidad la renovamos cada día en la celebración Eucarística, pues Jesús el Cristo siendo cabeza de la Iglesia, en la persona del Presbítero, celebra con su cuerpo. Por tanto “…beber del cáliz, implica asumir el sacrificio de Jesús y comprometerse con su proyecto de vida”[7].
Conclusión
Celebrar la institución de la Eucaristía, es celebrar la nueva alianza que se da desde el amor y el servicio. Es renovar nuestro deseo de unirnos al cuerpo de Cristo para trabajar junto a él, la cabeza, para construir el reino de Dios. Como cuerpo completo luchamos contra todo mal, y saldremos vencedores si somos fieles a la cabeza. El amor y el servicio deben ser las bases para nuestra vida cristiana.
Para reflexionar
¿Cuál es mi experiencia de la Eucaristía?
¿Qué significa recibir el cuerpo y sangre de Jesús el Cristo? 
                                                                                                                    Alejandro Perdomo SDS
Esperamos sus aportes y sus respuestas a estas preguntas. Con ellos podremos crecer todos juntos. Ánimo que la fe es compartida.

[1] Píe de página de Mateo 2617-29, de la biblia La Biblia de Nuestro Pueblo, Luís Alonso Schökel.
[2] Carta Encíclica Dios es Amor del sumo pontífice Benedicto XVI, 2005, Roma, No. 13.
[3] Píe de página de Lucas 227-23, de la biblia La Biblia de Nuestro Pueblo, Luís Alonso Schökel.
[4] Píe de página de Mateo 2617-29, de la biblia La Biblia de Nuestro Pueblo, Luís Alonso Schökel.  
[5] Carta Encíclica Dios es Amor del sumo pontífice Benedicto XVI, 2005, Roma, No. 14.
[6] Píe de página de Juan 131-20, de la biblia La Biblia de Nuestro Pueblo, Luís Alonso Schökel.  
[7] Píe de página de Marcos 1412-25, de la biblia La Biblia de Nuestro Pueblo, Luís Alonso Schökel.