v El inicio de la
familia en el amor
Cuando un varón y una mujer sienten
una atracción física, psicológica, racional, emocional, sexual, entre sí,
empieza un recorrido de conocimiento mutuo. Este recorrido es lo que comúnmente
llamamos “enamorados” o “novios”. Es de gran importancia dar este paso, hacer
este recorrido.
El recorrido permite que cada uno de
los implicados descubra que Dios le ha concedido una vocación al matrimonio y
por tanto le concede un “regalo” para su vida. El novio o la novia es el
“regalo” de Dios para el otro. Y como todo regalo hay que cuidar, proteger y
valorar; y qué mejor forma de cumplir con esta misión que teniéndolo o
teniéndola cerca. Es aquí, cuando ha descubierto que es el “regalo” que Dios le
ha dado, cuando busca la aceptación, celebrando el sacramento del Matrimonio. Y
desde el sacramento los esposos están llamados a recibir los “regalos” que Dios
Trino concede a la nueva familia; los hijos son la bendición en el matrimonio.
Esta nueva familia está cimentada
desde el deseo de los novios que reciben la bendición de Dios en la afirmación
de Jesús:
“De manera que
ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el
hombre”
Mateo 196
Estas palabras de Jesús tienen toda
plenitud en los novios que se unen desde el amor. Cualquier otra unión, fuera del amor, puede
decaer o fracasar aun teniendo la bendición de Dios.
v El amor que da frutos
“Un regalo del Señor son los hijos, recompensa,
el fruto de las entrañas”
Sal 127:3
La alianza de Dios con
Adán y Eva contenía dos provisiones independientes: descendientes y dominio.
Para los creyentes el tener niños es una respuesta a un mandamiento: «Sean
fecundos y multiplíquense; llenen la tierra, y dominadla...» (Gen_1:28).
En este salmo los niños son llamados «regalo del Señor». Ello significa que los
niños pertenecen a Dios; son «nuestros» sólo en un plano secundario. Dios da
generación a las parejas como una persona confía una fortuna a sus herederos.
Jesús desea que no despreciemos a ninguno de esos «pequeños» y habla de su fe
en Dios como un ejemplo para los adultos (Mat_18:1-5, Mat_18:10).
Cuando una pareja contrae
matrimonio, se compromete a amar, servir y santificarse por la próxima
generación. El cuidar y amar a los niños es una de las principales formas de
honrar a Dios y compartir la tarea de edificar su reino. La pareja debe
realizar su trabajo en pareja, no individual. Los hijos son el “regalo” de Dios
para los dos.
No podemos olvidar que
también es fruto la felicidad del ser amado, el encuentro amoroso de dos
personas, hombre y mujer, es un deber del matrimonio. El acto sexual amoroso
son las “palabras sinceras” de expresión de amor.
v La familia Iglesia doméstica
La familia cristiana debe nacer del amor y para el
amor. La familia cristiana es la plena manifestación de la presencia de Dios
entre nosotros, pues Dios es padre y madre deseoso de dar amor. Cada miembro
debe entrar en la dinámica de su obligación en ese grupo social. Veamos a cada
miembro:
El papá: Es el varón del hogar que trasmite
seguridad y unidad en el hogar, infunde una fe inquebrantable en el resto de la
familia. Es el líder que con autoridad ayuda a que cada uno se desarrolle en
plenitud. Es la figura del trabajo. Debe ser el ejemplo a seguir.
La mamá: Es la mujer del hogar que está llamada a
brindar esperanza cristiana a toda la familia. Entrega un rostro amable, brinda
confianza, se da sin medida.
Los hijos: Son fruto del amor que están abiertos a
recibir la fe y la esperanza que les concede sus padres.
Estas tres verdades del hogar, papá, mamá e hijos,
son la primera figura de una Iglesia, en la que Cristo es su cabeza, esta
Iglesia doméstica da los lineamientos, emprende el camino y asegura el mensaje
de la Trinidad en el mundo.
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