Contemplar a la Virgen María, es contemplar la fidelidad de la madre, de la hija y de la esposa. María nos enseña que cuando aceptamos a Dios en nuestra vida tenemos un deber que sobrepasa toda realidad humana, deber que sólo puede ser iluminado con la fidelidad.
Y toda fidelidad trae consigo gozo y esperanza, aún en el dolor y en la angustia. María es la madre que asume la misión plena de la encarnación de Jesús, es la madre que se entrega a su misión y nunca abandona a su hijo. María silenciosa junto a la cruz nos habla de la fidelidad que ha entregado al proyecto de Dios. Ella nos enseña que no se puede perder la esperanza, que cuando se ha obrado bien, a la luz del evangelio, Dios no tarda en actuar. La confianza de María, es en sí la confianza en sí misma por haber sido obediente a la voz de Dios, por haber estado atenta a la misión encomendada.
Apreciados hermanos y hermanas, la presencia de María en nuestra fe es fundamental e indispensable, no porque sea una diosa, sino porque es una verdadera discípula de su hijo Jesús el Cristo. Es su discipulado el que admiramos y queremos imitar, cada día que nos acercamos a ella podríamos escuchar: “Hagan lo que Él les diga” (Lucas 25).