El compromiso del creyente
En
el 2012, el Papa Benedicto XVI invitó a toda la Iglesia Católica a vivir el año
de la fe, que iniciaría el 11 de Octubre del mismo año y finalizaría el 24 de
noviembre del 2013, en la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Y así se
ha realizado.
Y
en la convocatoria, para vivir el año de la fe, el Papa Benedicto XVI, en su
documento Porta Fidei (La puerta de
la fe), nos exhortó diciendo: “La fe, en
efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se
comunica como experiencia de gracia y gozo”[1].
Fue claro el Papa en invitarnos a reforzar nuestra fe personal para
compartirla, para no quedarnos con ella, crecemos en la fe para sembrar un
mundo nuevo, que sea el Reino de Dios. De lo contrario tener fe en Jesús no
tiene sentido, si es un amor recibido y no compartido, es vacía esa fe.
Luego,
ante la renuncia del Papa Benedicto XVI, llegó el Cardenal Jorge Mario Bergoglio,
un argentino dinámico y lleno de amor, que eligió llamarse como el pobre de
Asís, Papa Francisco. Este hombre, carismático por naturaleza, continuó
animando a la Iglesia a vivir el Año de la Fe. Y en su primera Carta Encíclica,
nuevamente los fieles cristianos, escuchamos la exhortación del vicario de
Cristo, una voz distinta en la sede de Pedro, pero en la misma línea: “Quien se ha abierto al amor de Dios, ha
escuchado su voz y ha recibido su luz, no puede retener este don para sí. La
fe, puesto que es escucha y visión, se transmite también como palabra y luz.”[2].
No
hay vuelta de hoja, no hay que decir más. El compromiso del creyente en Jesús
de Nazaret está llamado a entregar lo que ha recibido, debe contagiar a otros,
debe permitir que otros se sientan amados por Dios y así todos podamos
construir el Reino de Dios que vino a sembrar el mismo Señor Jesús. Y lo
hacemos como Él lo hizo, encendiendo la llama de la luz en otros, “La fe se transmite, por así decirlo, por
contacto, de persona a persona, como una llama enciende otra llama.”[3].