Hechos 2:1-4
Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos
reunidos en el mismo lugar. (2) De repente vino del cielo un ruido, como el
de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban, (3) y
aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose
sobre cada uno de ellos. (4) Todos quedaron llenos del Espíritu Santo.
La palabra PENTECOSTES significa cincuenta días
después de la pascua, es decir de la resurrección. A los cincuenta días de
Cristo haber resucitado, cumplió con su promesa de enviar al Espíritu Santo
para que asistiera a los Apóstoles, en la misión de continuar su obra: entregar
la Buena Noticia de Salvación. Esa fue la promesa del Señor Jesús: El Defensor, el Espíritu Santo que enviará
el Padre en mi nombres, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he
dicho (Juan 14, 26).
Así pues, celebrar la Solemnidad de la Venida del
Espíritu Santo, es celebrar la alegría de saber que la Iglesia está sostenida e
iluminada por el mismo Dios. Es la presencia del Espíritu Santo en nuestros
pastores, la que hace posible que el mensaje de Jesucristo sea predicado en
todo el mundo y que su acción santificadora sea entregada en los sacramentos
celebrados en todo el mundo, también. Y todos cuantos hemos participado de la
gracia por el bautismo, en el cual también recibimos el Espíritu Santo. Este le
da sentido a todos los sacramentos: la comunión, la reconciliación, la
confirmación, el matrimonio, el orden sacerdotal y la unción, estamos llamados
a dejarnos transformar por la fuerza del Espíritu Santo para ir construyendo el
Reino de Dios.
Si queremos que nuestra Iglesia doméstica, la familia,
nuestra Iglesia parroquial, nuestra Iglesia diocesana y nuestra Iglesia
universal sea transformada, permitamos que el Espíritu Santo nos guíe, nos
ilumine, nos muestre el camino, nos recuerde lo que Jesús nos pide. Preguntémonos:
¿Mi vida está guiada por el Espíritu Santo o quién me
da las luces para tomar decisiones?