Quien en el camino de su vida se ha encontrado con Jesús de Nazaret no puede vivir con tristeza o con amargura, como sin sabor de vivir. Pues la alegría hace parte de la vida humana, hace parte de nuestra esperanza, hace parte de Dios. Dios nos ha creado para ser feliz, y somos felices cuando nos realizamos desde los dones y las capacidades que él nos ha dado.
Un cristiano debe cada mañana impulsar sus capacidades y sus dones, debe alejar de su mente los logros y las capacidades de los otros, ya que somos únicos ante el mundo, pues Dios nos creó únicos. Hay que vivir con alegría nuestras riquezas y pobrezas, nuestros conocimientos y nuestras ignorancias, nuestras capacidades y nuestras carencias, la vida se hace alegre cuando valoramos lo que somos desde Dios y no cuando añoramos lo que no somos.
Es el conocimiento personal el que permite que el Reino de Dios se vaya construyendo. Es el reino que inicia como una semilla de mostaza pero que crece como el gran árbol que acobija a todos y le da sombra. Por eso Jesús nos dice que quien lo ha hallado tiene tal alegría en su corazón que lo grita a todos y quiere compartirlo. La alegría hay que mostrarla, hay compartirla.