“La esperanza es lo último que se pierde”, reza el dicho popular. Pero ante la angustia existencial, ante las realidades negativas de la sociedad, ante una cultura de muerte y sufrimiento, ante la soledad del alma, este dicho empieza a tambalear, y surge el interrogante para el creyente: ¿Dónde está Dios, en quien esperamos, ante toda la amargura humana?
La Iglesia, que es maestra y madre, no tarda en respondernos, desde los escritos evangélicos y la tradición, Dios está allí, porque Él es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Dios sufre con su pueblo. La esperanza que Jesús el Cristo nos entregó no fue otra que estar con nosotros: “Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (Mateo 2820). Dios también tiene la esperanza, que su mensaje, que es el estilo de vida, sea escuchado: “el que tenga oído que oiga” (Mateo 139).
Las sagradas escrituras “…no hace más que mostrar cómo Dios, desde el Éxodo hasta la Cruz, está siempre al lado del oprimido y del que sufre, apoyando su lucha y alimentando su esperanza.”. Tal experiencia divina del pueblo creyente ha sido visible en la presencia humana. Son quienes han comprendido el proyecto de Dios los mismos que hacen visible su presencia y su esperanza. Dios entrega su sabiduría y su verdad y el hombre le corresponde desarrollarla y hacerla visible en y con sus hermanos. Por ello la esperanza cristiana costa de que Dios y el hombre son socios para un mundo mejor. ¿Ya eres socio de Dios?