Nos
encontramos sumergidos en una sociedad que nos impulsa al egoísmo, al
consumismo, al individualismo, al relativismo y al desinterés por el otro,
realidad que sin darnos cuenta nos hace ofensores de nuestros seres queridos y
de otras personas que están en nuestro entorno. Con mucha facilidad gritamos,
maltratamos verbal o físicamente, eliminamos, ignoramos, despreciamos,
criticamos, etc. Todo con tal de que mi yo crezca, de alcanzar lo que me
propongo, de tener lo que quiero, de sentir que están a mis pies. Bien lo
afirma el Papa Benedicto XVI en su saludo de cuaresma 2012: “¿Qué es lo que impide la mirada humana y
amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad,
pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a
todo lo demás.”.
De
esta manera ante una sociedad enemistada consigo mismo, con el prójimo y con
Dios, por tener la mirada lejos de la verdad, nos urge una sincera RECONCILIACIÓN.
Necesitamos un mundo que se construya desde el perdón.
La Vida
Mar 8:35-37 Porque
quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por
el Evangelio, la salvará. (36) Pues ¿de
qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? (37) Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su
vida?
El Señor Jesús tiene claro que cuando el hombre se
aferra a las cosas pasajeras y poco profundas está destinado a destruir su
vida, Él nos propone una vida con sentido, la vida que se fundamenta en la
verdad, en el amor, es decir, en la realización plena del hombre. Muchos ven
esta propuesta como superficial, sin una meta, simple; y entonces se aferran a
lo material, a los triunfos y a satisfacer sus deseos (tener, poder y placer),
dejando de lado la propuesta de Jesucristo.
Y sin mirar la propuesta de Jesús ponen todas sus
energías en alcanzar lo que supuestamente le concederá la felicidad; sin
importar a quien tenga que hacerle daño, quien tenga que pagar sus malas
decisiones o quien tenga que sufrir sus ofensas. El hombre egoísta destruye su
vida, la de los otros y la relación con Dios. Pues todo parece que estuviera en
contra de sí mismo. Va por el mundo estropeando proyectos de vidas ajenas.
La Reconciliación
Existen tres sujetos a los que debemos perdonar en
nuestra vida: a Dios, a los otros y a sí mismo. A Dios por todo lo que le hemos
entregado como suyo y no lo es; a los otros por los momentos que con conciencia
o sin ella le ofendemos, y a nosotros mimos por las malas decisiones que hemos
tomado en la vida.
La reconciliación es el momento en el que purificamos
nuestro corazón de rencores que hemos dejado reposar durante los días de
nuestra vida; pero al perdonar no olvidamos, pues no se puede olvidar la ofensa
recibida. Perdonar es tener la capacidad de recordar sin dolor. Hemos perdonado
en el momento en el que asumimos la vida desde Dios. Y cada RECONCILIACIÓN es
un acto de SALVACIÓN, por la sencilla razón que quien perdona ama y quien ama
tiene a Dios y quien tiene a Dios vive en su reino.
Sacramento de la Reconciliación
Juan 20:21-23 Jesús les
dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os
envío.» (22) Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo. (23) A quienes
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos.»
El evangelista Juan nos
deja ver claramente que la reconciliación es una acción directa de la Santísima
Trinidad: el Padre envía, el Hijo constituye la Iglesia y el Espíritu Santo
actúa por medio de los ministros consagrados.
Cuando pensamos en el
sacramento de la Reconciliación debemos tener en cuenta que no es la acción de
un hombre al que le llamamos padre, sacerdote o cura, sino que es la misma
Santísima Trinidad quien concede la gracia reconciliadora. Es un acto de fe y
de confianza al misterio que Dios nos ha dejado en el seno de la Iglesia.