Quizá no nos hemos
hecho esta pregunta, porque posiblemente estamos seguros que tenemos la vida
eterna, o sencillamente no nos hemos preguntado por ella porque estamos muy
acomodados aquí en esta tierra. Pero resulta necesario que nos sintamos
interesados por la vida eterna, por el solo hecho que será eterna, será nuestro
siempre.
Para la vida eterna no
basta ser solamente cumplidor de la ley o de los mandamientos; en nuestra vida
cristiana, no sólo es necesario el cumplimiento de las misas dominicales, la
celebración de los sacramentos o participar en encuentro litúrgicos piadosos,
pues eso hacía el joven rico del evangelio
y parece que no le era suficiente, todavía le quedaba la duda de poder alcanzar
la vida eterna (Cfr. Marcos 10, 19-20).
Por
ello “Jesús, fijando su mirada en él, lo
amó y le dijo: ‘una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los
pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme’. Pero él, abatido
por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes.” (Marcos
10, 21-22).
El conflicto de este
personaje bíblico no son “los muchos
bienes que tenía”, pues no es negativo o perjudicial tener mucho bienes, el
conflicto radica en su apego a esos bienes. Sus bienes, ya no eran para él un
medio para vivir mejor, ya se habían convertido en su fin último, había puesto
la esperanza de su felicidad y su realización en ser poseedor de esos bienes,
pensaba que si se los quitaban su vida terminaría.
No debemos aferrarnos a
lo pasajero, a lo que pronto termina. Todo eso está allí para que tengamos bienestar
en este mundo. Pero Dios lo creo para todos y nos pertenece a todos, por ello
si alguno alcanza más debe compartir con aquel que no ha logrado mucho. Compartir
nos permite tener presente que todo cuanto tenemos no es el tesoro para de
nuestra vida.
Tengamos siempre
presente que “donde esté el tesoro, allí
estará también el corazón” (Mateo 6, 21). Si
nuestro tesoro son las comodidades de este mundo y lo pasajero que el mundo
ofrece, estamos destinados a la desdicha eterna y no a la vida eterna, es
necesario aceptar “la tijera” que Jesús nos ofrece para cortar con todo lo que
nos ata a este mundo.