En primera instancia digamos que el cielo es un estado. No es un premio alcanzado, ni una meta lograda. Es un encuentro con la perdona que nos ama de tal manera que nos permite estar en su presencia. Es la plenitud del AGAPE que hemos vivido cada día en nuestras relaciones con nuestros hermanos y en la celebración de la Eucaristía. Es el estado del gozo eterno y de la contemplación eterna.
El cielo es la morada de la Trinidad, por ello quienes van haciendo camino en la vida de la Iglesia, siendo conscientes de la vida fraterna y sacramental, van adquiriendo la gracia necesaria para entrar en la gloria de la Trinidad. El bautismo, la confesión, la comunión, la confirmación, el matrimonio, el orden sacerdotal y la unción, vividos en la comunión de la Iglesia, son el pase para la vida eterna de gozo y contemplación.
Terminemos diciendo que la misericordia de Dios se da día a día, con cada oportunidad que nos ofrece en la Iglesia para hacer propio el mensaje de Jesús: “Amar a Dios y al prójimo como a ti mismo” (Marcos 1233). Por tanto en última instancia Dios no es quien elige nuestro “más allá”, sino nuestra respuesta a su amor. Ejemplo de ello son los santos, que en la fe de la Iglesia ya contemplan a la divinidad en todo su esplendor. Y quien ya es partícipe de la gloria de Jesús el Cristo nunca más tendrá sed, pues nunca más saldrá de esa presencia divina.