Mateo 22: 34 - 40
34Mas los fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo,35y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerle a prueba:36«Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?»37El le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.38Este es el mayor y el primer mandamiento.39El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.40De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas.»
Las lecturas de este XXX domingo nos invita a pensar en la misericordia de Dios para con nosotros que debe manifestarse en nuestra misericordia con los demás; es decir que no hay una fe verdadera y mucho menos una relación sincera con Dios, si antes no pasa por el otro, el que comparte la vida conmigo, el que me interpela y a quien debo aceptar a pesar de las diferencias.
Los seres humanos siempre buscamos justificación a nuestra dureza para vivir el Amor, y tratamos de racionalizar nuestras incoherencias, como lo hace el maestro de la ley, pero Jesús lo invita, como también a nosotros, a asumir el reto del verdadero amor, no como lo entendemos, un amor limitado y egoísta, exclusivista y parcial, de apariencias e interesado, sino un Amor que parte de la aceptación y perdón de uno mismo; yo soy quien tengo que descubrirme amado por Dios, de tal manera que me sienta libre, sano y dispuesto a vivir feliz con lo que soy con lo que vivo, perdonando mi historia, sanando mis heridas y descubriendo el potencial de vida y amor que Dios ha depositado en mí para trasmitirlo.
Luego de haberme descubierto como hijo amado de Dios, voy a abrir mi corazón al otro a aceptarlo, perdonarlo y acompañarlo en el camino de salvación, el amor al otro es más que una teoría bonita y romántica de donde surgen las más diversas canciones, es la experiencia profunda de quien se pone al lado del otro para vendar sus heridas, montarlo en su cabalgadura y acompañarlo en su dolor, la valentía del que venciendo las propuestas individualistas del mundo, se pone al lado del otro como “prójimo” y no le da miedo la violencia, la traición o el qué dirán; aunque esto no es posible si antes no te has descubierto amado, o por lo menos, necesitado del amor de Dios.
La propuesta de Jesús al decir que debemos “amar a Dios sobre todas las cosas” no es una propuesta etérea, ni mucho menos espiritualista, de aquellos que buscamos a un Dios en las nubes y que proponemos normas difíciles de cumplir para acercarnos a Él; por el contrario Jesús nos invita a vivir en este mundo, con nuestras luchas y contradicciones, en este mundo de diferencias e injusticias, el verdadero amor de Dios, que nos acepta como somos, pero invitándonos a vivir la perfección del amor divino.
Así que hermanos el mandamiento principal, que nos sabemos de memoria, es una propuesta de transformación personal, comunitaria y trascendente, a la que respondemos libremente, pero abriendo el corazón al don gratuito de Dios manifestado en su Hijo.