Algunas reflexiones y mucha iconografía (imágenes) nos han ofrecido una idea errónea de la verdadera doctrina de la Iglesia frente al infierno. Lo primero que debemos tener claro es que el infierno es una realidad en la fe de la Iglesia, a la luz de los escritos neo-testamentarios, pues ya seres celestiales le han dicho no a la Trinidad.
El infierno es otro posible estado en el que nos podemos encontrar después de la muerte. Es un estado de tristeza y angustia eterna por no tener la posibilidad de contemplar a la Trinidad. Siendo la relación de personas, Dios con el hombre, el fin último de toda la humanidad, al no cumplir tal fin no puede existir otra cosa más que el sufrimiento y la tristeza eterna. Bien lo afirmaba San Agustín: “Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón no descansará hasta reposar en ti”.
Llegar a este estado “infernal” solo es posible en la negación definitiva del amor misericordioso de Dios, el rechazo libre y firme de la comunión con Dios y con su proyecto del Reino. Si alguien se encuentra en este rechazo definitivo del amor de Dios, debe tener en cuenta que por su condición de rechazo no puede acercarse a la verdad plena de la Trinidad, pues tal pureza puede destruir su ser fulminantemente. Es el gran amor de Dios, precisamente, el que no permitiría que llegáramos a su presencia para ser fulminados. Dios no quiere sino nuestra salvación, pero no violenta nuestra libertad, por tal razón Él no es quien nos condena, es quien nos salva cada día con el mensaje evangélico y nos brinda la Iglesia para que a través de los sacramentos recibamos su gracia.