Cuando
escuchamos que todo cristiano debe alcanzar la santidad, nos aterramos o nos
hacemos los desentendidos, pues creemos que la santidad es para unos pocos y
nos cuesta creer que todos podemos ser santos. Pero ¿Qué es la santidad? ¿Será
verdad que solo unos pocos pueden o son elegidos para ser santos? Son preguntas
fundamentales cuando hablamos de santidad.
San
Pablo nos recuerda que todos fuimos elegidos por Dios para la santidad: “Él (Dios) nos eligió en Cristo antes de la
fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor”
(Efesios 1, 4). Sí, fuimos elegidos en Cristo Jesús; por ello la santidad es
tener como referente, de nuestra vida, a Cristo Jesús, para así reproducir su
imagen en el mundo, así lo afirma el apóstol: “Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a
reproducir la imagen de su Hijo” (Romanos 8, 29). Esto es posible, por la
sencilla razón que la santidad la hemos recibido en el bautismo, fuimos
revestidos de Cristo Jesús (cfr. Gálatas 3, 27), debemos conservar la santidad,
contemplando al Señor todos los días, como nos lo diría la Carta a los Hebreos,
teniendo “fijo los ojos en Jesús”
(12, 2).
El
santo o la santa, es la persona que ha hecho una opción de vida por el Señor
Jesús. Quiere vivir como nos lo propone el evangelio, busca tener los mismos
sentimientos que Cristo (cfr. Filipenses 2, 5), haciendo todo con amor (cfr.
1Corintios 16, 14). Buscando con su vida el Reino de Dios (cfr. Mateo 6, 33).