La fe verdaderamente
cristiana
El
cristiano para vivir la fe verdadera, necesita salir del centro de su egoísmo,
dejar de ver a Dios desde la propia realidad humana. Cuando contemplamos a Dios
desde nuestras categorías, desde nuestras ideas, desfiguramos el Dios vivo que
se ha revelado a lo largo de la historia: “el
Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (Marcos 12, 26) y
podemos continuar diciendo el Dios de los Apóstoles, el Dios de Juan Pablo II,
el Dios de Benedicto XVI y el Dios de Francisco. Para no violentar la verdad de Dios, debemos
tener presente que “La fe está vinculada
a la escucha”[1],
que tenemos necesidad de estar atentos a la palabra predicada y anunciada
dentro de la Santa Madre Iglesia. Ser oyentes perseverantes de la Buena
Noticia.
De
lo contrario caeremos fácilmente en la idolatría, en el fanatismo, en la
superstición. La fe en el Dios revelado “…por
su naturaleza, requiere renunciar a la posesión inmediata que parece ofrecer la
visión, es una invitación a abrirse a la fuente de la luz, respetando el
misterio propio de un Rostro (el de Cristo), que quiere revelarse personalmente y en el momento oportuno.”[2].
Cuando no nos dejamos impactar por la persona de Jesús, es cuando nuestra fe se
desorienta y nos convertimos en ritualistas, en actores de la religión y quizá
en temerosos o temerarios de la relación con Dios.
La
fe verdaderamente cristiana es todo lo contrario, es una relación fundada en el
Amor infinito, que me permite encontrarme con mi verdad y la verdad del mundo.
Y para no falsear esa verdad ni la verdad de Dios “Tenemos necesidad de alguien que sea fiable y experto en las cosas de
Dios, Jesús, su Hijo, se presenta como aquel que nos explica a Dios”[3].
Tenemos que acercarnos a Él reconociéndolo como el camino que dirige al Padre,
pero también como el buen pastor que nos impulsa a verdes praderas y claro tenemos
que acercarnos a Él como el Dios que nos
salva. Es así que “La fe en el Hijo de
Dios hecho hombre en Jesús de Nazaret no nos separa de la realidad, sino que
nos permite captar su significado profundo, descubrir cuánto ama Dios a este
mundo y cómo lo orienta incesantemente hacía sí; y esto lleva al cristiano a
comprometerse, a vivir con mayor intensidad todavía el camino sobre la tierra”[4].
La
verdadera fe cristiana consiste en vivir el día a día contemplando la realidad
pero proyectándonos siempre hacía Dios.
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