La fe en el amante divino
Pudiéramos
pensar que la fe en Jesús se fundamenta en sentimientos vacíos, en tradiciones
históricas, en vivencias ajenas o en una imposición religioso-cultural. Y sí,
puede ser que sí. Por ello, para que la fe esté bien cimentada necesitamos
encontrar en ella la verdad, necesitamos acercarnos al misterio que contiene y
que la sostiene. Necesitamos que la fe en Jesús sea fe sostenida desde lo más
íntimo de cada creyente, que no se sostenga del exterior del hombre sino de su
propio interior.
Y
para que esto sea posible, tenemos que des-aprender, quitar de nuestro
entendimiento la idea que Dios es como un
motor que mueve todo y que Jesucristo vino solo al mundo a morir en la
Cruz. Tenemos que darle el lugar que Dios tiene por excelencia: es un Sujeto,
una Persona, es Otro que ha querido crear otros distintos a Él para comunicarse
y para entregar lo que es por esencia: AMOR. Dios es el amante y nosotros los
amados. Dios es el que ha creado y se ha encarnado, en la persona de Jesús,
para más amarnos y más acercarnos a su presencia divina.
Y
es precisamente en la relación del amor, del Tú con el tú, como podemos
alcanzar la fe, no en una idea, en un proyecto, en un sueño o en una utopía
humana, sino en una Persona, que comparte nuestra humanidad pero que tiene algo
más que nos hace falta a nosotros y a Él lo tiene en abundancia. “Él nos dice quién es en realidad el hombre
y qué debe hacer para ser verdaderamente hombre. Él nos indica el camino y este
camino es la verdad, Él mismo es ambas cosas, y por eso es también la vida que
todos anhelamos.”[1].
Dejemos
de creer en la persona de Jesús por tradición o por simpatía y emprendamos el
camino de conocerlo, para amarlo y así servirlo. “…la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que
respeta al otro”[2].
La mejor manera de crecer en la fe es dejándonos amar por el amante.
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