El encuentro con Dios se ha convertido en nuestra
vida en el espacio en el que podemos hacer una gran lista de solicitudes,
necesidades, plegarias y demás. Y en muy pocas ocasiones logramos este espacio
para aprender de Dios aceptando su proyecto de vida, que no es otro que el
Amor. La vida cristiana no es un agregado a nuestra cotidianidad, no es un
casillero más en nuestro tiempo que hay que llenar con diferentes actividades y
en distintos tiempos, la vida cristiana es precisamente un ESTILO DE VIDA.
Aceptar a Dios, que se reveló plenamente haciéndose hombre, es aceptar que Él
tiene algo que decir a nuestra existencia, que cada día que pasa tiene sentido
porque Él está con nosotros. Por ello
vivir desde la presencia de Dios es fortalecer la fe, la esperanza y el amor.
Vivir
de la fe:
¿Qué es la fe? Es aceptar algo que alguien me dice
como verdadero. Por tanto sí decimos tener fe en Jesús ¿por qué no le aceptamos
su proyecto de vida? El ser humano que permite que Dios haga parte de su
caminar es el que tiene fe, el que sabe aceptar el mensaje evangélico como
verdadero. Y tiene presente las palabras de Jesús: “Porque ustedes tiene poca fe. En verdad les digo: si tuvieran fe, del
tamaño de un granito de mostaza, le dirían a este cerro: Quítate de ahí y ponte
más allá, y el cerro obedecería. Nada sería imposible para ustedes.” (Mateo
17,20).
Jesús nos llama la atención porque olvidamos
fácilmente que tener fe en Él, en su mensaje, es tener fe en las capacidades
que hemos recibido de Él, es tener fe en las posibilidades de triunfo que sólo
Él nos ofrece, es tener fe en nuestro prójimo que siempre tiene algo que
aportarnos, es tener fe en toda la creación que está en nuestro servicio. Vivir
de la fe es despertar todos los medios que están en nuestro entorno para que la
vida se active de tal manera que alcancemos realizarnos y alcancemos la
felicidad.
Vivir
de la esperanza:
Al hablar de la esperanza se hace necesario recordar
las palabras de Pedro: “Señor ¿a quién
iríamos? Tú tienes palabra de vida eterna” (Juan 6, 68). Ya que tener
esperanza en Dios es saber que Él nos conduce y nos guía pero sobre todo nos
acompaña: “Yo estoy con ustedes todos los
días hasta el fin de la historia” (Mateo 28, 20). Aquella fe en la Palabra que se hizo carne (Jesús), que
despierta todos los medios que tenemos para alcanzar la realización y la
felicidad, está sostenida por la esperanza que nos asegura que Dios está con
nosotros todos los días de nuestra historia. No caminamos solos,
no luchamos solos, nunca vivimos solos. Invitar a Dios hacer parte de nuestra
vida es saber que Él ha respondido a nuestra solicitud positivamente, que Él
puso su morada en nuestra existencia.
Vivir del amor:
Pero
la riqueza más grande que tenemos para vivir la vida en Dios es el AMOR. San
Juan dice “El que no ama no ha conocido a
Dios, pues Dios es amor” (1Juan 4,8). De nada nos sirve la fe y la
esperanza en nuestra vida si el amor está ausente. Vivir en la presencia de
Dios es buscar crecer cada día en el amor verdadero.
El
amor no es romanticismo, no es corazones o figuras, el amor no son palabras que
el viento se puede llevar, “el amor es
paciente y muestra comprensión. El amor no muestra celos, no aparenta ni se
infla. No actúa con bajezas ni busca su propio interés, no se deja llevar por
la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la
verdad. Perdurará a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta
todo. El amor nunca pasará.” (1corintios 13, 4-8).
La fe firme y la esperanza clara se vislumbran
en el amor y el amor en el cumplimiento de lo que nos pide el Señor Jesús: “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán
en mi amor, como yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su
amor” (Juan 15, 10). Jesús nos propone algo que Él ya ha vivido, algo que
como hombre Él enfrentó y logró alcanzar, por eso es posible lograrlo. Y cuando
logremos apasionarnos de Jesús mostraremos al mundo el amor que viene de Dios,
entonces tendremos que afirmar con San Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Acaso las pruebas, la
aflicción, la persecución, el hambre, la falta de todo, los peligros o la
espada? Pero no; en todo eso saldremos triunfadores gracias a Aquel que nos
amó” (Romanos 8, 35.37).