El
rostro, el diálogo y los encuentros nos permiten ver lo que guardamos en el
corazón. Reflejamos lo que ha nacido y hemos podado, pues cada individuo, que
recibe todo del exterior, tiene la obligación de ir podando, quitando lo que no
sirve y hace daño. Y lo puede hacer a la luz de Jesús, quien conoce la esencia
y el fin del hombre.
Quienes
han aceptado la propuesta de humanización en Jesús han transformado su vida y
la de quienes le rodean. Y a ellos les queda muy bien la bienaventuranza de
Jesús:
“Bienaventurados lo limpios de corazón, porque verán a
Dios”
Mateo 5, 8
Sí,
bienaventurados, es decir, felices, gozosos, dichosos. Y cómo no, si tienen
claro el sentido de su vida, han cultivado cosas bellas en su corazón, han
puesto la mirada en los otros saliendo de sí mismos, han querido aportar a la
sociedad un ambiente mejor pero sobre todo contagian y hacen grato el tiempo y
el espacio en el que se encuentran.
Qué
dicha es poder hallar en el camino personas que sólo tienen una sonrisa para
dar, que son optimistas, que guardan la esperanza en lo más profundo de su ser
y la reflejan en el diálogo, que siempre ven los acontecimientos como medios de
aprendizaje y crecimiento humano. Ellas no guardan prejuicios o comentarios
negativos de las demás personas. Las personas limpias de corazón saben y
reconocen los errores de los otros como equivocaciones ignorantes de personas
que gritan una necesidad.
Son
personas que ayudan verdaderamente a construir un mundo más humano a la luz de
Dios. Por eso descubren la mano de Dios en cada acontecimiento, no creen en
coincidencias de la vida sino en Dios-cidencias. Estas personas, limpias de
corazón, se adelantan a la dicha eterna… ver a Dios, pues lo descubren en toda
la creación y en la cotidianidad de la vida.
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