La vida del cristiano está sostenida e iluminada en Cristo, por ello no puede desvincular de su ser el amor, la verdad y el sufrimiento. Pues por amor se dice la verdad y por defender la verdad se acepta el sufrimiento.
El cristiano debe tener en cuenta que es una “vasija de barro” (cfr. 2Cor. 4, 6-7), es decir que es pura fragilidad, pero que es allí, en su vida, dónde Dios ha querido confiar desde el bautismo su “tesoro”, que es Jesucristo. Cada bautizado se le ha encomendado ser luz del mundo, porque la Luz ha llegado a su vida.
Y la primera señal de haber recibido la Luz es el amor. El Señor mismo lo afirma: “En eso conocerán todos que son mis discípulos, en el amor que se tengan unos a otros” (Juan 13, 35), y el apóstol nos recomienda “Permanezcan en el amor fraterno” (Hebreos 13, 1). Y el amor nos impulsa a reconocer la verdad y no sólo la ley: “Porque la ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo” (Juan 1, 17), así que los cristianos debemos decir con el apóstol Pablo: “Digo la verdad en Cristo, no miento” (Romanos 9, 1), pues es la única manera de “ser realmente discípulos de Jesucristo, conociendo la verdad y dejando que la verdad nos haga libres” (cfr. Juan 8, 31-32).
Ahora bien, todo eso es fácil vivirlo en medio de quienes aceptan la propuesta, pero nos encontramos en un mundo donde muchos no comprenden, ni mucho menos quieren aceptar la propuesta del amor y la verdad. Es allí donde el apóstol Pedro nos dice: “¿Qué merito tiene aguantar golpes cuando uno es culpable? Pero si, haciendo el bien, tienen que aguantar sufrimientos, eso es una gracia de Dios” (1Pedro 2, 20). El sufrimiento por custodiar el amor y la verdad tiene sentido y nos asemeja más a Jesús. Pues a él, que recibió muchos maltratos y burlas y murió en la cruz, luego de todo ese sufrimiento el centurión le reconoció “ciertamente este hombre era justo” (Lucas 23, 47).
Pero al igual que Jesucristo todo cristiano que acepte vivir el amor y la verdad debe asumir el sufrimiento, con la esperanza que llegará la resurrección, que es la vida eterna.