Objetivo:
Descubrir
en el sacramento de la reconciliación el amor que Dios tiene por sus hijos, que
los acoge y les brinda nuevamente la relación quebrantada por el pecado,
retornando la dignidad humana perdida.
Desarrollo del Encuentro:
v Sentido del
sacramento
En
los primeros siglos de la Iglesia, no existía la confesión como la vivimos hoy,
pero ya en el siglo III los pastores descubren que el mal tenía un poder sobre
la voluntad humana, y que ésta recaía en una culpa que no deseaba vivir[1],
desfigurando su vida de bautizado. Es así que recordando las palabras del Señor
y entrando en oración establecen que la gracia no podía ser vencida por el mal,
ya que el amor es mayor a todo mal, que la misericordia de Dios estaba
manifestada en las palabras de Jesús el día de su resurrección, narradas por
Juan:
“Dicho
esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonen los
pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan
retenidos.”
(2022-23)
Son
estas palabras las fundamentales para aceptar que Jesús les ha encomendado a
los apóstoles la gran misión de mostrar a sus bautizados que Dios Trino los
acoge cada día que ellos decaen y se alejan de su amor.
El
sacramento de la reconciliación es el que nos permite revisarnos y descubrir
cuán alejado del amor de Dios estamos. Y nos alejamos del amor de Dios en cuanto
ofendemos a uno mismo, a mi prójimo
y a Dios. Y ese daño no permite la realización de la esencia humana: comunión
con Dios, perdiendo con esto la dignidad de hijo de Dios.
Cada
vez que me reconcilio a través del sacramento, recibo la gracia que me da
fuerzas para continuar en la búsqueda de la conversión. Al reconocer la
necesidad de reconciliarme con Dios nace el dolor del pecado, que no es por el
mismo pecado sino porque reconozco que ese acto pecaminoso me atraso, me hizo
tener un retroceso de crecimiento.
Es
tal la gracia que recibimos con este sacramento, que podemos hacer frente a
aquellos pecados que se nos han impuesto[2], y
que hacen parte de nuestra vida. Como también de transformar aquellos que
libremente he elegido, aun conociendo el proyecto que Dios tiene para el
hombre. Recordemos que todo pecado, los impuestos y los elegidos, hace mucho
daño al hombre destruyendo su realización y felicidad. El pecado, la tendencia
al mal, no es algo innato en el hombre, le viene de afuera. Pero si es innata
en el hombre la búsqueda del bien supremo, por eso puede, con gracia de Dios,
superar la tentación.
v
Participantes
Sacerdote:
Es el ministro consagrado, medio por el cual
Cristo se hace presente, para brindar al pecador la reconciliación. Jesús, cabeza
de la Iglesia, absuelve al penitente, es decir le reconcilia consigo mismo, con
el prójimo o comunidad y con Dios.
No olvidemos que el fin último es la salvación y la salvación la
concede Dios por medio de Cristo y Cristo por medio de la Iglesia y la Iglesia
por medio de los sacramentos. De allí que los confesores son la figura de quien
Salva que es Jesús el Cristo. Y Jesús es el juez y el médico, el cual no puede
actuar si no escucha.
Penitente:
Es el bautizado arrepentido, quien busca con humildad
aceptar el amor de Dios a través de la reconciliación. Y hablando, diciendo sus
culpas, permite que el sacerdote, in
persona Christi, logre juzgar y sanar su alma maltratada por el pecado.
v Símbolos y
signos
Preparación
El símbolo primero es aquel que el confesor supone
ya realizado, una digna preparación del penitente, que consiste en: un correcto
examen de conciencia, a la luz de la
palabra revelada; un dolor por la ofensa,
que no es “un mar de llanto” o un sufrimiento que no deja respirar, sino que es
el dolor de saber que me he alejado de la gracia de Dios; el propósito de enmienda, que consiste en
buscar la forma de transformar la vida, dejando aquello que me ofende, ofende a
otros y a Dios y la oración para
pedir la asistencia divina, puede ser:
Espíritu Santo ven en
mi auxilio, ayúdame a reconocer mis errores, mis momentos de desobediencia, los
momentos en los que me he alejado del Amor infinito de Dios y de la
construcción del Reino. Para así decir todos mis pecados a Jesús que quiere
escucharme y perdonarme, sanando mi corazón adolorido. Espíritu Santo pido tu
luz, Señor Jesús pido tu perdón, Padre pido tus brazos abiertos para acogerme.
Y que con tu perdón, Santísima Trinidad,
yo pueda integrarme de nuevo en la comunión de la Iglesia.
Amén
Hablar
El creyente arrepentido y adolorido por su
proceder contrario al proyecto del Reino de Dios, habla ante el sacerdote. La
culpa necesita ser verbalizada para sanarla, de lo contrario corre el riesgo de
que le cause gran daño por dentro.
Cumplir
El que ha sido reconciliado debe cumplir la
penitencia otorgada por su culpa.
Estola
La utiliza el ministro consagrado sobre sus
hombros, por lo general es de color morado, para este sacramento. Es signo del
ministerio sacerdotal, ungido para conceder la gracia que Dios.
Absolución
El ministro consagrado con las manos extendidas
sobre el penitente, eleva la oración con la que absuelve los pecados:
Dios,
Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la
resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los
pecados, te conceda por el ministerio de la Iglesia, EL PERDON Y LA PAZ. Y yo
te absuelvo de tus pecados en el nombre ┼ del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Enseñanza del encuentro:
Ø Es
Jesús el Cristo quien reconcilia.
Ø El
sacramento de la reconciliación, restablece la amistad que se había perdido con
sí mimo, con los demás y con Dios.
Ø Este
sacramento, es un sacramento que sana y da consuelo.
[2] Cuando hablamos de
pecados impuestos nos referimos a aquellos pecados que la sociedad, sobre todo
el entorno próximo al crecimiento humano, nos ha impuesto, tales pueden ser: la
mentira, el hurto, la búsqueda de placeres sexuales, etc. Ya sea por enseñanza
o por agresión física.
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