En
nuestro día a día familiar, laboral o social, nos encontramos con personas que
son dueños de un corazón de piedra, más aún, quizá somos nosotros portadores de
ese corazón endurecido por los problemas, las enfermedades o sencillamente las
contaminaciones heredadas o aprendidas.
Y
nos urge empezar a construir un mundo donde todos tengamos un corazón de carne.
Un mundo donde nos conmovamos por el que sufre, un mundo donde tengamos rostros
agradables para quienes nos rodean, un mundo donde no nos incomodemos porque
nos sabemos cómo tratar a las personas ya que siempre tiene respuestas ásperas,
ofensivas, negativas o desalentadoras.
En
el antiguo testamento nos encontramos con el libro del Profeta Ezequiel, a
quien Dios le dice: “A hijos duros de
rostro y de corazón empedernido te envío.” (2,4), pues Dios no cesa de
enviarnos oportunidades para que dobleguemos nuestro corazón y construyamos el
mundo del amor. Con el corazón de piedra fácilmente causamos mucho daño a los
otros y Dios nos cuestiona: “Porque han
afligido el corazón del justo, cuando yo no lo aflijo” (13, 22). Y el mismo
Dios da la respuesta: “Por tu gran
sabiduría y tu comercio has multiplicado tu fortuna y se ha engreído tu
corazón” (28, 5). Y no debemos entender fortuna sólo lo material o
económica. Se trata de nuestros logros humanos los cuales olvidamos que han
sido fruto de los dones que el mismo Dios nos ha concedido y que se han
complementado con los dones que otros tienen.
Por
eso el Señor no descansará, hoy lo hace a través de la Iglesia que pregona la
verdad, hasta que todos recibamos con agrado su más bello deseo: “Les daré un corazón nuevo y les infundiré
un espíritu nuevo; arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un
corazón de carne.” (36, 26).
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