María de Nazaret, la
joven virgen que acoge en su seno al Señor Jesús, junto con José reciben la
misión de educarlo y formarlo. Ellos
deben transmitir a su hijo la fe de sus padres que ahora es de ellos, mostrarle
que Dios ha sido fiel con su pueblo y que por ello deben cumplir con la ley
religiosa: le circuncidan, le educan para guardar el sábado, en el momento
indicado le hacen participar en la sinagoga, le enseñan los ritos de
purificación y de agradecimiento, como también van en familia a las fiestas
nacionales en el templo de Jerusalén. Así descubrimos cómo María cumple su
papel de madre educadora, sin llegar a comprenderlo todo (Lucas 2, 19.50), pero
con la confianza puesta en Dios que le ha encomendado tal misión.
Ya cuando ha llegado la
hora de Jesús, María, madre del Señor, se convierte en la discípula que está
atenta a la voz del Salvador, ella asume su lugar de redimida, de oyente, de
discípula. Porque sólo como discípula de su Hijo y Salvador Jesús logra
esclarecer todo lo que no comprendía, logra asumir con claridad su misión en
medio de la comunidad.
Como María, también hubo muchas
mujeres que estuvieron junto a Jesús, aprendiendo de Él, recibiendo la dignidad
perdida por causa del machismo de aquel entonces. Jesús las acoge, las educa,
las libera, las sana, las anima y valora su aporte en la construcción del Reino
de Dios, pues todos los seres humanos aportan para que el Reino de Dios se
establezca.
Aquellas palabras de
Jesús dirigidas a una mujer en el Evangelio de Marcos son perpetuadas y
entregadas a las mujeres de todos los tiempos cada día: “Les aseguro: donde quiera que se proclame el Evangelio, en el mundo
entero, se hablará también de lo que ella ha hecho para memoria suya” (Mc.
14, 9). Pues fue una mujer que amó infinitamente a Jesús, confió plenamente en
su presencia, creyó en su palabra sanadora y liberadora, aceptó al Señor Jesús
como único camino de realización; pero lo grandioso no fue sólo que sentía todo
esto, sino que se lo manifestó con una acción profundamente significante:
derramó un perfume costosísimo sobre los pies del Señor Jesús.
Por ello, MUJER, sé discípula del Señor Jesús, ven a sus pies y escucha su voz, luego sal al mundo para que todos conozcan lo que tú has vivido. Tu fe y tu fidelidad pueden transformar tu familia, tu trabajo y tu grupo social.
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