En preparación para esta cuaresma, la Iglesia nos recuerda la necesidad de ayunar.
Pero ¿Qué es el ayuno?
El ayuno tiene que ver con el dominio de sí mismo, con el esfuerzo, con el sacrificio. La Iglesia lo considera fundamental para irnos preparando mejor en este itinerario cuaresmal hacia la Pascua. Es verdad que nuestra sociedad cada vez le da menos importancia. Pero no deja de tener grandes consecuencias humanas y espirituales para los cristianos.
El derroche, la frivolidad, el consumismo exacerbado, estas actitudes revelan que estamos imbuidos de nosotros mismos. Esta forma narcisista de ser nos aleja de los demás. En el fondo hemos caído en el tópico popular: a vivir bien que solo son dos días. Estamos volcados a lo efímero, a lo inmediato, es decir, al aquí, ya y ahora. Ni los demás, ni Dios les importan, solo importa el presente. El ayuno, como lo entiende la Iglesia, tiene que ver con un cambio profundo de conducta que nos lleve a ser más solidarios con los pobres, pero sobre todo es una conversión que cambia radicalmente nuestra vida. Solo así practicaremos el ayuno que Dios quiere.
El profeta Isaías describe muy bien el significado bíblico del ayuno. Le da un sentido ético y social Is 58, 5-9. Dice el profeta: ¿Creen que el ayuno que me agrada consiste en afligirse?, ¿en agachar la cabeza como un junco y en acostarse con ásperas ropas sobre la ceniza? ¿Esto es lo que ustedes llaman “ayuno” y “día agradable al Señor”? De Isaías se desprende que ayunar es acompañar al que sufre, compartir con el que no tiene, solidarizarnos con los más necesitados, estar al servicio de los más débiles. Ayunar es transformar en gestos de caridad nuestras obras, es decir, hacer obras de misericordia. Ayunar es sacar fuera toda la bondad que llevamos dentro.
Y esto sanará nuestra vida, en cuerpo y alma… y nosotros ¿Cómo ayunamos?
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