“Al llegar a la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer” Gálatas 4,4
María es la mujer, la virgen que concebirá y dará a luz a un hijo que se llamará Emmanuel, es decir, el Dios con nosotros, como nos lo anuncia el profeta Isaías 7, 14 y nos lo confirma Mateo 1,23. En ella se cumple la plenitud de los tiempos, y el Hijo de Dios toma de Ella su naturaleza humana, pues es gracias a su sí, por el que Dios se hace carne y que podemos decir que Jesús es hombre como nosotros.
María es la fiel discípula que escucha la palabra y acepta, humildemente confía y se abandona en manos de Dios, entrega su vida para hacerse parte al proyecto de salvación, y como tal, se convierte en modelo para el ser humano.
Es ella quien como buena madre, enseña a su hijo Jesús el valor de amar y servir a Dios Padre como el único Dios que nos ama y desea que todos sus hijos sean felices, acogiendo y guardando sus preceptos, en la escucha y vivencia de la palabra.
Y hoy, también es nuestra misión dejar que Jesucristo se encarne en nuestra vida, acogiéndolo como parte de nuestro ser, apasionándonos por su persona y su proyecto. Proyecto en el que todos somos protagonistas, así como nuestra madre del cielo, que acepta ser parte y se descubre también discípula. Dios la llamó y la invitó a abrir su puerta, y ella permitió que él entrara en su vida, y más grandioso aún, permitió que se encarnara en su propio ser, dándole ella misma, la naturaleza humana.
En este mes de las misiones y toda nuestra vida, estamos invitados a renovar nuestra fe, reconociendo que Jesús, la Palabra hecha carne, está encarnado en nuestra vida, en nuestra historia, en nuestro ser, y con nuestras actitudes mostrar que el proyecto del Reino es posible, cuando aceptamos que Dios uno y trino, reine y sea el motivo y la luz de nuestro camino.
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