El ser cortés o amable con nuestros semejantes hacen que la vida sea más grata para todos, un corto pero sincero saludo puede trasformar una vida; un “gracias”, un “en qué te puedo ayudar”, un “fue con mucho gusto”, entabla esperanzas y confianza; un “no puedo ahora”, un “creo que las cosas no son así o no se deben hacer así”, permite corregirnos de nuestros errores; un “qué alegría verte”, un “qué bueno es estar aquí”, un “podemos hacerlo juntos”, fortalece las relaciones y crea vínculos inquebrantables.
Todas las buenas relaciones humanas se construyen con pequeñas frases y pequeños gestos de amabilidad. En la vida tenemos que estar abiertos a aceptar a los otros tal y como son. Jesús es el ejemplo vivo de esa entrega generosa y profunda de humanidad para la humanidad, él tiene presente que cada encuentro con el otro debe ser un encuentro de amor, y los encuentros de amor dignifican, animan, fortalecen.
Miremos a Jesús el hombre de la amabilidad: llama a sus discípulo con su nombre, levanta a la mujer adultera, reanima el hijo de la viuda, acoge a la hemorroisa, instruye al joven rico, dialoga con la samaritana y con María la hermana de Lázaro, alimenta a los discípulos, comprende a los romanos y a los sacerdotes que lo crucificaron “Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen”, acepta al ladrón arrepentido... Aprendamos de Jesús
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