La Iglesia universal recuerda con gran dolor la verdad que exclama el evangelista Juan: “Vino a su propia casa y los suyos no le recibieron” (111). La tradición del viernes santo es un rememorar el acontecimiento del rechazo al proyecto que Jesús el Cristo entrega al pueblo elegido por Dios para dar la salvación a toda la humanidad. La insensatez de los sacerdotes, fariseos y ancianos de la ley hacen de un buen hombre, del Dios encarnado, una víctima de la justicia romana.
A lo largo de la historia grandes cineastas han buscado reproducir este acontecimiento, la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, el último y el más sonado de nuestros tiempos es el actor, director y productor de cine estadunidense Mel Gibson, quien logró en el 2004 dirigir y producir la famosa película “La Pasión de Cristo”. Este largometraje, aceptado por algunos jerarcas de la Iglesia y afirmado por el Papa Juan Pablo II con la frase: “¡Así es como fue!”, nos ha mostrado la sangrienta realidad de la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo.
Pero no por ello debemos quedarnos con la idea que el Padre envío a su Hijo exclusivamente para que padeciera en la cruz. “Dios no quería la cruz (…). Y tampoco Jesús la quiso (…). La cruz (…) es un producto terrible del pecado, si la miramos desde la perspectiva del hombre; y es manifestación del amor llevado hasta las últimas consecuencias, si la miramos desde la perspectiva de Cristo. Ése es el doble significado de la afirmación paulina: ‘Cristo murió por nuestros pecados’ (1 Cor. 153)”[1]. O que era una necesidad la muerte de Jesús en la cruz para darnos lo que vino a entregarnos, la salvación. De ninguna manera. La salvación que nos da Jesús está cimentada en toda su existencia, en su encarnación: engendrado, nacido, crecido y muerto. Es la persona de Jesús la que nos salva, el encuentro con él y su proyecto de vida. No la mucha sangre que pudo haber derramado por la sinrazón de unos cuantos judíos.
Por tanto celebrar el viernes santo es reconocer la fidelidad de Jesús al proyecto salvador del Padre. Es hacer una mirada a los días públicos de Jesús por los callejones, por las calles, en las casas, en la plaza, en el mar y en el desierto. Una vida pública entregada en la verdad y el deseo de dignificar la vida de la humanidad. Una vida pública que libera de ataduras y de cargas pesadas, que desgastan la realidad humana. Una vida pública que entrego la esperanza a la humanidad. Una vida pública que desacomoda la estabilidad de unos cuantos poderosos. Y cuando hacemos esta mirada podemos comprender las palabras de Jesús en el monte de los olivos: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 2242). Pues la voluntad del Padre está en la firmeza de todo lo ya realizado en la persona de Jesús; negarse a la cruz era negarse a todo lo cumplido.
Jesús era el cumplimiento de la promesa realizada por Dios (Isa. 355-6) y él mismo se lo dijo a los discípulos de Juan, para que ellos contestaran a la pregunta del bautista: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? Jesús les contestó: Vayan y cuéntenle a Juan lo que ustedes están viendo y oyendo: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y una nueva buena le llega a los pobres” (Mateo 113-5). En el momento de la aceptación de la cruz toda la obra de Jesús toma una fuerza mayor a la que tenía. “En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical.”[2]. Con su muerte en la cruz, ofrecida por los soberbios, Dios dice al hombre que el mal no tiene la última palabra, que el bien no puede intimidarse por la acción del mal, sino que debe ser firme y fiel a su visión y proyecto. Pues todo no termina en la cruz, aunque todo nace en ella, la cruz es vencida por la resurrección.
Es de esta manera que celebrar el viernes santo es celebrar el amor de Dios por la humanidad, es sentir que “Dios es amor” (1 Juan 48), “Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad.”[3]. En esta celebración tomamos conciencia de Dios como amor puro y verdadero, y “Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza”[4] y “Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva”[5]. Quedarnos en la sangre derramada, sin más, es desfigurar “Lo que Jesús había traído, (…): el encuentro con el Señor de todos los señores, el encuentro con el Dios vivo y así, el encuentro con una esperanza más fuerte que los sufrimientos de la esclavitud, y que por ello trasforma desde dentro la vida y el mundo.”[6].
Es el momento de encontrarnos con el verdadero Dios que trasforma la vida, y no solo con el Dios que derrama la sangre para salvarnos. Como cristianos estamos llamados a unirnos a Él en la lucha contra el mal que agobia a tantos hermanos nuestros, estamos llamados a decir basta a tanta injusticia; no podemos quedarnos callados ante tantos crucificados que ya hacen en nuestras ciudades y pueblos. Como cristianos debemos vivir este viernes santo en la búsqueda que muchos comprendan que Jesús “nos dice quién es en realidad el hombre y qué debe hacer para ser verdaderamente hombre”[7], para que de esta manera cesen los actos inhumanos de nuestras sociedades, pues, “Él nos indica el camino y este camino es la verdad. Él mismo es ambas cosas, y por eso es también la vida que todos anhelamos.”[8].
Para reflexionar
¿En dónde está cimentada mi fe?
¿Qué Jesús quiero entregar al mundo?
Alejandro Perdomo SDS
Esperamos tus comentarios y tus respuestas a las preguntas, eso nos ayuda a crecer en la fe y acompartir los pareceres. Lo puedes hacer al final de esta reflexión, como anónimo.
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