Lucas 24:50-53
Jesús los llevó hasta cerca
de Betania y levantando las manos, los bendijo.
(51) Y mientras los bendecía, se
separó de ellos, subiendo hacia el cielo.
(52) Ellos se postraron ante él.
Después volvieron llenos de alegría a Jerusalén, (53) y
continuamente estaban en el Templo alabando a Dios.
La Iglesia universal celebra
con gran alegría la ascensión del Señor Jesús a lugar del gozo, de la plenitud,
de la salvación, al lado del Padre. Jesús de Nazaret, el hijo de María, nuestro
hermano y Señor, nos ha abierto las puertas del cielo, de la casa de Dios.
Desde su resurrección y su ascensión todos tenemos la posibilidad de entrar
también a esta vida eterna junto a Dios.
Hermanos debemos llenarnos
de gozo, de alegría, de esperanza, pues esta vida no termina con la muerte, se
transforma plenamente después de ella en vida gloriosa, de la que nos hace
partícipes Jesús y de la cual ya se nos han adelantado nuestros santos.
Jesús que nos espera para
que un día estemos junto a Él eternamente, nos ha dejado la Iglesia como fuente
de esa preparación a la vida futura. Es en la vida de la comunidad eclesial que
nos enriquecemos de la gracia de Dios: con los sacramentos, con la unidad
fraterna, con la solidaridad, con el buen vivir desde el mensaje de Dios, en
fin, con todo lo que hace parte de la vida de un buen Cristiano.
Al celebrar la Solemnidad de
la Ascensión del Señor Jesús a los Cielos, deberíamos preguntarnos:
¿Todo cuanto hago en el
diario vivir está direccionado al proyecto de Dios, iluminado por la vida del
Señor Jesús? ¿Qué ilumina mis actos, mis palabras, mis pensamientos, mis
aportes al mundo?
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