En nuestro entorno social la acción de dar o recibirla limosna es vista de una forma negativa o humillante. Pero como cristianos estamos llamados a darle el sentido que tiene y el valor que nos invita a proporcionarle la revelación de Dios.
La palabra limosna tiene su origen en la palabra hebrea sedaquá, que significa JUSTICIA. Es utilizada en el Antiguo Testamento como la acción del pueblo de Israel, enviada por Dios, para rescatar aquellos que sufrían necesidades materiales. “Da tu pan al hambriento y tu ropa al desnudo. Da de limosna cuanto te sobre y no seas tacaño en tus limosnas” (Tobías 4, 16).
Ya en el Nuevo Testamento la limosna es una acción que Jesús alba: “Sentado frente a las alcancías del templo, observaba cómo la gente depositaba su limosna. (…) Llegó una viuda pobre y echó unas moneditas de muy poco valor. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: Les aseguro que esa pobre viuda ha dado más que todos los demás. Porque todos han dado de lo que le sobra pero esta, en su indigencia, ha dado cuanto tenía para vivir” (Marcos 12, 41-44). Como también la practicaba: “Algunos pensaron que como Judas tenía la bolsa, Jesús le había encargado comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres” (Juan 13, 29).
De esta manera las sagradas escrituras nos muestran que dar la limosna a los pobres es una acción sagrada, una acción que viene de Dios, tiene su obligación divina. En el momento en el que compartimos de lo que tenemos, nuestro dinero, nuestros bienes, nuestros conocimientos, nuestra vida, estamos haciendo presente la JUSTICIA que Dios quiere entregar a todos los hombres. Ser pobre o rico no es voluntad de Dios, pero ser justos, compartiendo lo que la vida nos ha permitido tener es una acción de fidelidad al seguimiento cristiano. Siempre recordando que al dar limosna “la mano izquierda no debe saber lo que hace la derecha; de ese modo tu limosna queda escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará” (Mateo 6, 1-6).
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