Una de las posturas de nuestra fe tan cuestionadas por grupos cristianos no católicos, es la presencia de la Santísima Virgen María, la madre del Señor. Pero quizá esta crítica se funda en nuestra mirada equivocada de la figura de María en la fe cristiana. Puesto que pareciera que no fuéramos a Jesús por María, sino que llegamos hasta María y no deseamos más allá.
María es la madre de la Iglesia, como es madre de Jesús, de esta manera el Reino de Dios que Jesús predicó, tiene un mismo Padre y una misma madre. El evangelista Juan nos muestra lo que todo bautizado está llamado a hacer: “Y desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa” (Juan 1927), Juan la recibió en nombre de todos nosotros en su casa. Desde entonces la Virgen María, cercana a la Iglesia, ora junto a nosotros, como lo hizo con la cristiandad naciente: “Todos ellos, con algunas mujeres, la madre de Jesús y sus parientes, permanecían íntimamente unidos en la oración” (Hechos 114).
Endiosar a María es negarle la posibilidad de decirnos algo del seguimiento que estamos llamados a vivir como cristianos, María es la madre de la Iglesia porque nos orienta a Jesús, como la madre que enseña y corrige nuestro discipulado zigzagueante haciéndolo un discipulado en línea recta a la verdad de Dios. Aprender de María no es esperar de María, pues la esperanza la da Jesús de Nazaret a todo el que crea en Él.
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